lunes, 24 de junio de 2013

NOTA INFORMATIVA DE LA O.N.C.E


-> MUESTRA TALLER DE LITERATURA

Con motivo de las actividades de final de curso, el taller de literatura les invita a pasar una tarde muy agradable en la que se leerán textos que se han trabajado en el taller durante los últimos meses.

 

  • JUEVES 27 DE JUNIO
  • HORARIO: 18:00 HORAS
  • LUGAR: SALÓN DE ACTOS DE LA DELEGACIÓN TERRITORIAL

 

jueves, 20 de junio de 2013

Lectua de algunos textos, día 27 de junio

   El próximo día 27 de junio a las 18.00h, en el salón de actos de la Delegación Territorial de la O.N.C.E. de Madrid, haremos una lectura de los textos de los alumnos del Taller de Literatura. Estáis todos invitados y, por favor, se lo podéis decir a vuestros amigos. Os necesitamos y ellos se lo merecen, pues han trabajado mucho y muy duro.
Juan Carlos Parra López
Responsable del Taller de Literatura

miércoles, 19 de junio de 2013

Maricarmen Colodrero "Edad para recordadr"


Edad para recordar

 

18 junio 2013.

Un gato dorado hacía equilibrios entre las chimeneas.

 

 Había transcurrido mucho tiempo sin mirarse al deslucido espejo que colgaba sobre el deteriorado lavabo. Había quedado atrás la época en  que no quería ver su imagen porque su propio envejecimiento la alteraba, le daba miedo.

Eso ya pasó, de modo que ahora podía estudiar cada arruga de su cara sin inmutarse. Más bien le gustaba, ya que a través de cada pliegue minúsculo remontaba el río de su vida . Así podía atribuir a cada arruga un acontecimiento, un sentimiento y los rostros de muchas personas.

¿Ves?. Todo puede cambiar de un día para otro, incluso los afectos y los comportamientos. A ella aquello de mirarse en el espejo y recordar le marcaba el tiempo de la jornada.

Primero aparecía el gato dorado y luego ella se entregaba mansamente al torrente del pasado mientras se lavaba con lentitud.

Todavía, despacito, bajaba las escaleras, desde la buhardilla, para dar un corto pàseo o comprar algo que comer.

Sus ahorros no le daban para mucho, pero cada vez tenía menos apetito.

 Se encontraba bien y, sin embargo las escenas de su vida anterior se mezclaban con las que podía imaginar respecto al futuro.

Los remotos banquetes y los caprichos del gusto se veían borrados por las imágenes de enfermedad, sufrimiento y soledad.

Braulio vivía en el primero izquierda, tenía tres años más que ella y acechaba sus pasos para hacerse el encontradizo.

Ella sabía con exactitud cuales eran las zonas de su arrugado rostro que se activaban cuando se lo encontraba. Coincidían con las pequeñas líneas que, hacía mucho, se habían formado con la compañía de Mario.

Mario no fue nunca su marido, su novio, ni su amante. Era un compañero de trabajo con el que compartió frecuentes ratos para desayunar y todos los huecos posibles del horario laboral.

La verdadera amistad es cosa muy rara y más valiosa que el más voluptuoso de los amores.

-Si tu quisieras….- le decía Braulio.

Pero ella no quería….prefería en su corazón, no los ardores del amor, sino el suave calor de la amistad.

Siempre había sido así y no pensaba cambiar ahora.

Y luego estaba aquello que sólo sintió una vez. Aquel deseo rotundo de abandonarse a él, a sus brazos.

Para aquello no había arrugas identificadas. Tan sólo el amago de una lágrima.

Físicamente Había sido su ideal y supo darse cuenta a tiempo de que él no la amaba, sólo la deseaba.

Cada día le costaba más prepararse la comida y mantener limpia la casa. Pero eso no era nada frente  a la tristeza que la invadía algunas tardes. O esa soledad que se precipitaba sobre ella algunas noches.

Entonces su ánimo dudaba de todo y veía con claridad imágenes de una vida que no pudo ser. El hombre fiel, cariñoso, un verdadero compañero que le hubiese dado hijos.

Su razón le argumentaba que su decisión fue la correcta, pero no podía sustraerse a aquellos recuerdos que con frecuencia permanecían en una lejana bruma.

Después de una corta siesta la tarde se movió con lentitud hasta el ocaso.

La oscuridad desdibujó el contorno de los tejados, la cama le pareció un refugio donde el sueño acabaría con el pensamiento.

 

El sol volvió a entrar en la buhardilla y un gato dorado hacía equilibrios entre las chimeneas.

martes, 18 de junio de 2013

María Dolores León "Los velos del feng shui"


                       

                                       LOS VELOS DEL FENG SHUI

                                       María D. de León

                                      Madrid, 20.06.13

 

            Hacía años que había iniciado la búsqueda de  la armonía de las formas, del equilibrio.

            Se detuvo: el  velo negro le cortaba  el camino.  Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el   velo verde jade le cortaba el camino.  Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo verde hoja le cortaba el camino. Meditó, esperó  y lo  descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo rojo le cortaba el camino. Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo rosa le cortaba el camino. Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo azul oscuro le cortaba el camino. Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo blanco le cortaba el camino. Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo gris le cortaba el camino. Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo negro le cortaba el camino. Meditó, esperó  y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo verde jade le cortaba el camino. Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo verde hoja le cortaba el camino. Meditó, esperó y lo descorrió con respeto.

            Se detuvo: el velo rojo le cortaba el camino…

           

            Los ciclos  destrucción - creación no tenían fin.

 

Juan Carlos Coronel "El pañuelo"



               EL PAÑUELO

     Rodeada de fértiles campos de trigo, cebada, maíz, se levanta una casa de dos plantas, solida, bien asentada en el terreno. Una pareja de recién casados habita en ella, el patio delantero, esta cuajado de macetas, la muchacha las cui-
da con esmero. Él trabaja en los campos cercanos, cada año ve aumentada la cosecha, gracias su buen trabajo, y a aque-
lla tierra agradecida.
     Junto a la puerta de hierro, que da acceso al patio, Jana a plantado un limonero, el árbol crece rápidamente, de una
de sus ramas, la muchacha a colgado un pañuelo blanco. Es una señal de bienvenida al nuevo hogar.
     Pasan varios años sin que la pareja tenga descendencia, esta circunstancia, empieza a corroer a Marcelo, lo que más desea, es uno o dos hijos que terminen de colmar su alegre vida junto a Jana. La tristeza se va asentando en el corazón de Marcelo, descuida el trabajo, muchas noches, marcha al pueblo, regresando al alba, con terrible olor a alcol. A su vez, Jana se va entristeciendo cada día más, ve impotente, como su felicidad se va derrumbando, sin que ella pueda poner un remedio. El pañuelo siempre tan blanco sigue ondeando en la rama del limonero.
     Una fría mañana de invierno, al levantarse, Jana llama a Marcelo, no obtiene respuesta, sale a los campos, allí tam-
poco lo encuentra, al fin abre el ropero, parte de su ropa a desaparecido, Marcelo se había marchado. Las lagimas bañan las mejillas de la muchacha.
     Marcelo, se había marchado a la ciudad, trabaja como peón en la construcción de nuevos edificios, en barrios de reciente creación. Al principio lleva una vida alegre y despreocupada, cumplidor en el trabajo, no tiene dificultad en entablar amistad con sus nuevos compañeros, Jana es solo un recuerdo.
     Una tarde, en la taberna cercana a la obra donde está empleado, ve pasar a una mujer, su pelo, su perfil, hasta su
forma de caminar, le traen fresco y nítido, el recuerdo de su esposa. “ mera casualidad “ se dice Marcelo, pero aquella visión, sigue en su cabeza, no logra deshacerse de ella.
     Esa misma noche, escribe una carta, la envía a su antiguo hogar, espera una respuesta que no llega. Vuelve de nuevo a mandar otra carta, y otra, y otra, el dolor y el arrepentimiento empiezan a abrirse camino es su alma.
     En la que él cree será la última misiva, explica a Jana los motivos que hubo para tomar tan drástica determinación,
le habla de su arrepentimiento, de su dolor, le cuenta que en en dos semanas, habrá de pasar frente a la que fue su casa.
    “Jana, si el pañuelo blanco, continua en el limonero, interpretare, que me has perdonado, si no está seguiré mi viaje y nunca más volveré a importunarte.
     Una vez en el vagón, Marcelodeliberadanente, se sienta en de espaldas a la marcha, no quiere ver venir el camino.
Según el tren va avanzando, él va reconociendo lugares, casas, campos, esta a punto de pasar frente a la que fue su casa.
     Se dirige al pasajero que esta enfrente.
-Señor, tras la siguiente curva, hay una casa con un limonero en la puerta, sería usted tan amable de decirme si de una de sus ramas está colgado un pañuelo blanco.
- Claro no se apure.
     Toma el tren la curva, Marcelo ansioso.
- ¿ Esta el pañuelo ?
-No
     Marcelo baja la cabeza, escucha la voz del hombre que le dice:
- Hay más de cien pañuelos blancos colgados de las ramas.



FIN

miércoles, 12 de junio de 2013

Juan Carlos Coronel "La yegua"



     LA YEGUA


     En el centro del valle, junto al río, muchas tardes se ve el trote solitario de una vieja yegua blanca, su silueta reflejada en
el agua es su única compañía.

     De potrilla, junto a su madre, se había acostumbrado, a ir siempre a la cabeza de los demás. Un hermoso corcel, siempre
tras sus pasos, la seguía dócilmente, ambos, se alzaron con el liderazgo del grupo, sin ninguna oposición, los demás miembros, acataban sumisos a la pareja, sus órdenes, en la mayoría de ocasiones, y viendo que nadie, osaba protestar,
los dos equinos, tomaban los caminos más convenientes para ellos, aunque la marcha fuese´más larga y fatigosa para
el resto del grupo, no importaba, al fin cuando llegaban al lugar elegido, una verde pradera, repleta de hierba jugosa y tierna, todos convenían que había merecido la pena el empeño.

   Un mal día, el corcel, amaneció rígido, tumbado sobre el pasto, sin ningún signo de vida.
-Hay que continuar la tarea, aunque sea sin él, es la ley de la vida hermanos.
   Así fue como nuestra protagonista asumió el mando absoluto de la yeguada, algunos fieles aduladores, se acercaron a ella con propósito de hacerle menos ingrata su tarea, ella soberbia, altiva, despreció sus consejos, y continuó, dirigiendo a su manada como siempre, llevándola hacia donde ella quería ir, no conocía otra forma de hacerse respetar.

   Poco a poco, fueron apareciendo algunas voces, que cuestionaban sus órdenes, en principio, eran pocos, y no metían demasiado ruido, a los primeros disconformes se unieron más, cada vez más, reclamaban un pacto entre todos los equinos del grupo para decidir la ruta a seguir, por contra, los partidarios de la Yegua, argumentaban que si hasta ahora,
había dirigido con éxito a todos ¿por qué no iba a continuar haciéndolo?

   La yegua blanca, se iba haciendo vieja, no asumía el paso de los años, que ya no era la misma que cabalgaba junto a
su compañero, cada día el grupo se disgregaba más y más, cada uno se unía a quien mejor se amoldaba, hasta sus más fieles habían quedado por él camino.

   Una tarde trotó
 por el centro de un valle, junto a un río, se detuvo un instante, el reflejo del agua le devolvió su única
silueta: se había quedado sola.


FIN

María Dolores León "Adiós tierna infancia"


                                   ADIÓS TIERNA INFANCIA

           

            “Un elefante se balanceaba

            En la tela de una araña,

            Como no veía y  se caía

            Fue a llamar a otro elefante….”

 

            Como un himno, cada día los niños se lo cantaban en el recreo. El más poeta había adaptado su versión a la personita de Manuel. Los adultos le etiquetaban como  gordito, bajito, con gafitas… Los del patio le conocían como “el piojo gordo gafotas”.  

            Manolito, siempre vestido de colores alegres,  había sido un niño feliz hasta su llegada al Rosalía de Castro.  Allí se enteró  de su gordura, de su corta estatura y de su alta miopía. La familia prestaba escasa  atención a la apariencia física. Manolín crecía según la genética heredada de Georges y  deTeresa  Brown.

             Cuando la mamá iba a buscarle, grupos de chicos pasaban a su lado tarareando:

           

            “Como no veía y  se caía,

            Fue a llamar a otro elefante.

            Dos elefantes se balanceaban…”

 

            Teresa Brown  no lo advertía, pero él se ponía rojo de vergüenza y de rabia: bajaba la cabeza y echaba a correr hacia el coche. Ella le comentaba:

-- ¡Qué canción tan graciosa! ¿No te la sabes…?

 

            Él simulaba no oírla.  Siguiendo la pauta de la cancioncilla,  el número de elefantes aumentaba acorde a las personas que acudían  a recogerle.  

 

            “Tres elefantes se balanceaban,

            En la tela de una araña…..”

 

            A Manuel  lo que mas le había gustado del nuevo colegio  habían sido  los columpios.  En el recreo todo cambió con la primera intentona de  balanceo.  A penas  empezaba a darse impulso cuando   chicos y chicas  le rodearon cantándole a coro  la recién bautizada “Canción del elefante  Manolito”. Se bajó y atravesando la mini chusma corrió hasta los servicios. Todos le seguían. En la huida se cayó desollándose las rodillas. Las heridas   no le protegieron de sus acosadores que coreaban  desgañitados:.

            “Un elefante se balanceaba

            En la tela de una araña,

            Como no veía y  se caía..”

 

              Tragó las lágrimas por lo de las raspaduras y la impotencia de cambiar su aspecto a voluntad.  Tomó consciencia de su realidad física: no era flacucho como todos los otros, pero sí enano y gafotas. Se sentía amenazado por ser distinto. Acostumbrado  a los arrumacos de la abuela Tere,  “pero que nieto tan hermoso tengo, mira que mofletes…”, no sabía que eso de ser hermoso estaba bien en su casa, pero no en el cole y menos en la clase de gimnasia.

            Hasta aquel momento, su madre había sido para él  la persona más guapa y buena  del mundo.  Le consolaba cuando algo iba mal  abrazándole contra  su pecho blandito y cálido. Ya no; ahora sentía rechazo hacia  aquellos brazos rollizos.  De ella se podrían sacar tres mamás como la de Luis, el cabecilla del grupo.

             Su madre, su padre, su abuela, todos eran asquerosamente gordos, gordísimos.  No los quería por familia: ellos tenían la culpa de las burlas  que sufría.

            La tristeza, la soledad y el miedo a Luis y a su pandilla, le quitaron las ganas de casi todo: de ir al colegio., de columpiarse, de jugar, de comer… La señora Brown  empezó a preocuparse cuando su hijo perdió el apetito. No se explicaba las causas del cambio en el carácter del niño: languidecía por  los rincones, no quería ir a clase, no le gustaba que le abrazara…  Ni el chocolate le levantaba el ánimo. De seguir así  tendría que llevarle  al sicólogo. A ella le había ido estupendamente. Lo comentaría con Georges.

            Cuando le preguntó   qué le sucedía, las palabras de Manolito se hundieron  absorbidas por   el generoso busto:

            -- No quiero ser gordo; me quiero morir como los niños de África.., Los gordos no tenemos derecho a vivir.

            -- Pero ¿de dónde sacas esas tonterías?.

            -- El profe  ha dicho  lo de los niños  que  no tienen comida y se mueren de hambre.   En el patio los chicos me han pegado  por egoísta. Dicen que  los gordos tenemos la culpa de lo de  Africa, que nos comemos su parte… Y  encima  soy un gafotas que no ve tres en un burro. Yo quiero ser como ellos…

            La llantina le ahogaba. Teresa le tendió el  refugio de sus brazos. Él ya no encontraba consuelo en aquel nido acolchado y huyó de ellos.

            La mamá no estaba preparada para asumir el crecimiento interior de  su hijo. Las lágrimas se  escaparon: su cachorrito  se había iniciado en el la dureza de la vida.  A tan corta edad había experimentado  la crueldad  contra el diferente.

             ¿Y si regresaran  a Estados Unidos? Aquel pais rebosaba de gordos mórbidos.  Y ella, quizás podría  retomar  la carrera de modelo para llenitas; mantenía las mismas medidas. A ver que decía Georges…

 

            Mientras cubría de chocolate una  tarta  canturreaba:

            “Un elefante se balanceaba

            En la tela de una araña,

            Como no  veía y  se caía,

            Fue a llamar a otro elefante.

            Dos elefantes…”

 

Madrid, 22.10.12

miércoles, 5 de junio de 2013

María Dolores León "Olores de la niñez"

                                              
                                            OLORES DE LA NIÑEZ
                                               María D. de León
                                               Madrid, 06.06.13

            El olor a pan recién horneado le trajo recuerdos de su niñez.
Se vé de cachorrillo sentado en el suelo sobre un hule a cuadros blancos y rojos. Esa cocina no era la de su casa.  La madre asistía en casa  de doña Florencia. Todas las mañanas le dejaba al cuidado de la Jesusa, la vecina. Ésta se dedicaba a la fabricación de  mantecadas, madalenas  bollos, pan,  que vendía los sábados en el mercadillo.  Tanto en invierno como en verano encendía muy temprano la cocina de carbón.
            En cuanto llegaba le quitaba la ropa dejándole con una simple camisilla, con las vergüenzas al aire. Le decía: “Así no pasarás calor lechoncito, y si te meas  no te escocerás…” Le colocaba sobre una toalla  protegida por la tela impermeable. Para que se entretuviera le daba   una cuchara de madera, una tapadera de cacerola, tres nueces,  el almirez…
            Él, desde su posición vigilaba aquel  trasero voluminoso que oscilaba peligrosamente en un constante deambular en torno suyo.  A diferencia  de su abuela, cuando las faldas se revoloteaban dejaban escapar  olor a limón, a clavo, a canela…
             Si  lloraba,  aburrido  o por encharcamiento,  la Jesusa le revisaba el  culete, le aseaba y le apretaba contra ella fuerte, fuerte. La cabecita se hundía entre aquellas masas blandas y calentitas que olían a pan recién horneado. A él le gustaba acurrucarse allí, asiéndose  a los salientes que como dos castañas emergían de aquellos pechos. La Jesusa le mecía  entre los brazos y él, seguro,  se dormía sin soltar aquellos asideros de quietud.  
             De vuelta a casa, por la noche,  lo intentaaba con su madre, pero a ella no le gustaba. Con un manotazo en las manos le  regañaba: “¡Cochino! Eso no se toca. Ya no tienes edad de mamar…”
             Más tarde, en el colegio, muy en secreto, el Matías le contó que eso en  las tetas de las  mujeres  se llamaban  “pezones”.  Servían  para dar de comer a los hijos. Eso ya lo sabía él, pero no entendió por qué habían pillado al hermano de su amigo intentandolo con los de la Conchi, tan canijos.  Ninguno de los dos tenía edad: ni para dar el pecho la una  ni para mamar el otro. Se enfadaron mucho  y les llamaron guarros y enanos mirones…
           
            Desde su silla de ruedas Luciano dormitaba. Entre sueños había percibido un aroma que le había  transportado a tiempos muy lejanos, casi olvidados. Abrió los ojos. Su mirada no fue  muy lejos.



 Ante él  hecho carne el aroma de la Jesusa.  El instinto de su infancia le impulsó a agarrar las protuberancias castañeras que se le iban acercando. Un picotazo como de abejorro le hizo cerrar  los párpados.
 

 Soltando lo que tenía entre manos , se palpó la zona atacada. La voz de Laura Fe, dulce y cadenciosa con su acento latino se dejó oir: “Ay don Lusiano, ve lo que le pasa por malón. Esto no se toca. Si lo vuelve a haser se lo tendré que desir a sor Asunsión. Seguro que  le castiga sin postresito el  domingo. Y ahora estese quietesito no le vaya a meter de nuevo el cuentagotas en el ojito…”
            Cuando se le pasó el escozor la siguió con la mirada en su  deambulando entre  los  residentes. Era la versión americana de la pastelera: mismas caderas bamboleantes y generosas,  igualitos los pechos de donde provenía  ese olor a pan recién horneada que le había traido recuerdos vívidos de su niñez.



           


Juan Carlos Coronel "Nuestro pan de cada día"

     NUESTRO PAN DE CADA DÍA


    En las heladoras mañanas del invierno salmantino, a Saúl le gustaba pasar por la tahona de su padre, antes de ir a la escuela, allí observaba, la manera de trabajar de su progenitor, ver como el pan dormía bajo unos paños, esperando ser introducido en el horno,
antes de ello , el panadero hacía unas pequeñas muescas en las barras, en los panes, en el centro de la pieza, colocaba a modo de divisa,
las iniciales de su nombre, Manuel González.
   Saúl, tenía un sueño, del cual solo había hecho participes a sus dos compañeros de correrías. Soñaba con ser torero, la proximidad al
ganado bravo, despertaron en el muchacho una afición desmedida. En la escuela, compartía aula, con el hijo de un famoso ganadero.
   El chico insistía, una y otra vez, en que se le permitiera asistir a un tentadero, al fin logro su empeño, el próximo domingo iría a la finca
de su condiscípulo. La noche del sábado, apenas pudo conciliar el sueño, empezaba a clarear, cuando Saúl inició el camino, envuelto en una gruesa manta recorrió, los seis kilómetros que separaban su pueblo de la finca, subido en una talanquera, admiro alos maestros in-
vitados, él ganadero, tomaba notas, sobre el comportamiento de las becerras, una de ellas, de capa jabonera, quedo un instante sola en el centro de la pequeña plaza, Saúl salto a la arena, tomo una muleta, y comenzó a desarrollar lo que llevaba ansiando durante tanto tiempo, torear. Dº Alipio llamo al chico, temeroso, con la cabeza baja, el muchacho acudió a la llamada.
- ¿ Como te llamas ?
- Saúl González, soy el hijo del panadero de Aldea Quemada.
- Manolo ¿ verdad ?
- Si señor
- Vente él próximo domingo, me has convencido, tienes madera, voy a echarte una mano.
-Gracias Dº Alipio

   Al llegar a la tahona, su padre lo esperaba sentado a la puerta,.
- Entra, quiero hablarte, siéntate, y me vas a decir de donde vienes, la verdad hijo, donde estuviste.
- En un tentadero padre, en casa de Dº Alipio
-¿ quieres ser torero ?
- Si padre, es lo que más deseo.
   El padre, cojeando ostensiblemente se dirigió a un viejo armario, lo abrió, y llamo al chico, un viejo cartel de toros estaba pegado en el interior de la puerta, encabezaba el cartel un nombre, Manolo González.
- Siempre me has visto cojear, ¿sabes la razón ?
No padre, nunca me lo conto nadie
- Fue esta tarde, en Valladolid, un toro de Aleas me cogió de muy mala manera, los médicos, no pudieron componerme el huso de la pierna.
- Padre yo voy a triunfar, voy a ser figura, se lo prometo.
-Toma, el día que tomes la alternativa, matas tu primer toro con este estoque, yo no pude estrenarlo.
   Inicio su carrera, toreando por pueblos de la provincia, y provincias aledañas, siempre con buenas actuaciones, la temporada siguiente, debuto con picadores, recorriendo, toda la geografía del país. En la feria de Salamanca tomo la alternativa.
   Su primera temporada como matador, estuvo cuajada de éxitos, hasta el punto de fijar la confirmación para la feria de otoño madrileña.
   El toro de la confirmación, no le permitió estar a gusto, lo pincho en repetidas ocasiones, la bronca en la plaza era monumental, caían al ruedo, almohadillas, botes de cerveza, restos de bocadillos, y una continua música de viento, acompañaba, cada intento fallido del muchacho por terminar su labor.
   Refugiado en el burladero, tragándose la rabia, Saúl se mentalizaba para el sexto “ en el próximo me juego la vida “
   No se lo pensó dos veces, tomo el capote y se fue a recibir al toro a la puerta de chiqueros, a porta gayola, el animal probablemente deslumbrado, embistió de manera descompuesta, arroyando, prendió por el pecho al muchacho, lo zarandeo durante unos segundos
que parecieron horas, entre subalternos y monosabios, izaron el cuerpo del muchacho, un chorro incontenible de sangre brotaba de su zona abdominal, segundos antes de expirar en la camilla de la enfermería, se vino a su mente, el olor a pan recién horneado, que le trajo el recuerdo, de su niñez.


FIN
 

Nelly C. Piña "Una confusión de sentimientos"

UNA CONFUSIÓN DE SENTIMIENTOS                                                                                                                                                                                                                                                                             Nelly C. Piña
 
María sabía que era adoptada porque sus padres se lo habían dicho cuando  era muy pequeña.  Nunca cuestionó su origen,   pero asimismo, sentía la necesidad de saber que razón había llevado a su madre a abandonarla. Algo muy fuerte la habría obligado a hacerlo.
Con un profundo sentimirnto de orfandad transcurrió su adolescencia. Y, a medida que crecía en ella la  necesidad de saber porqué la habían abandonado, crecía también el rechazo que sentía por aquella que debía considerarla como su madre.
Para iniciar sus estudios universitarios se fue a vivir a la capital. La distancia acentuó la sensación de extrañamiento de aquel que había sido su hogar, al mismo tiempo que se  afirmaba en ella el rechazo por su madre adoptiva.
Como parte de las prácticas de la materia que cursaba, se incorporó a un equipo de servicio social cuyo objetivo era la reconstitución del grupo familiar. Tenía la secreta esperanza de encontrar a su madre, a pesar de que ya se había dado cuenta de lo difícil que era.
Un día, como tantos otros, realizando su trabajo, entrevistó a una mujer con una pronunciada  delgadez,  y un rostr ajado y  envejecido que denotaba el exceso de alcohol, drogas y malas noches. Transcurridos unos minutos, observó o las manos de la  entrevistaada y reparó en el parecido con las de ella. Entonces, puso   atemción en su rostro y vió que la nariz y la boca también se le parecían. Con gran turbación terminó la entrevista.
Con los datos recabados hizo las averiguaciones necesarias y   comprobó las coincidencias que había con el lugar y la fecha, así como con todas las circunstancias qe rodeaban su nacimiento con el de la hija de la entrevistada.
Una sensación extraña la invadió. Una mezcla de dolor y alegría; un sentimiento de conmiseración y rechazo; miedo e incertidumbre ante lo nuevo y desconocido que tendría que enfrentar. 
Con esta inquietud en su alma  fantaseaba con el posible encuentro con su madre. Se imaginaba ese momento en que ambas se abrazarían con todas sus fuerzas y llorarían juntas de alegría por el encuentro.
Llegó el día de la segunda entrevista y casi sin poder disimular su entusiasmo inició el diálogo tratando de sondear la posibilidad de buscar a la hija para el reencuentro. Pero, ni bien comenzó a hablar del tema, cambió el rostro de la mujer y expresó, con muy duras palabras todo el odio que sentía por esa hija, causante de su desgracia.
El hombre que ella amaba que, además de  maltrtarla, la explotaba, cuando se enteró del embarazo le dijo que si quería seguir con él debía deshacerse de esa criatura. Ella hizo lo que él le pidió. No podría soportar que él la dejase. Fue por eso que cuando nació la hija, se fue del hospital, abandonando a la niña.  A pesar de eso, al poco tiempo el hombre la dejó y para ella la vida ya no tuvo más sentido.
Toda las ilusiones que se había hecho María con el posible encuentro con su madre, se  diluyeron en un instante. Como pudo hizo el cierre formal de la entrevista, al mismo tiempo que cerraba su corazón a la esperanza. 
Sintió una pena profunda y aunque quería ignorar a aquella que era su madre no logró desterrar ese amor que tenía por ella.  Se sintió  culpable por ser la causa de esa vida des graciada y pensó  que debía hacer algo para protegerla.
Cuando dejó el ajetreo de su trabajo, un único pensamiento  ocupaba su mente: la había abandonado por amor.
Por la noche no podía conciliar el sueño reprochándose el no haber reconocido todas las formas con que su madre adoptiva le demostraba su aamor y se preguntó ¿qué estoy buscando? ¿acaso no es eso lo que hace  una madre? Sintió vergüenza de su proceder y recordó entonces tantos momentos felices que le habían hecho vivir sus padres adoptivos. Al fin logró dormirse, sintiendo el olor a pan recién horneado que le recordaba su niñez.
                                                                                                                                                     Madrid 6-6-13