sábado, 29 de septiembre de 2012

Maricarmen Colodrero "Galería de figuras"

Galería de figuras
Es maravilloso cuando seres que en la infancia estuvieron , no digo juntos, sino yuxtapuestos, couincidentes en espacio y tiempo, conocidos de vista pero nada más, vuelven a coincidir pasados los años y comienzan a tratarse con cierta asiduidad rememorando cariñosamente el pretérito inconsistente.
Este fue el caso de Guillermo, Ramón y Luis. Al primero sólo los otros dos podían llamarle así, ya que él , en todo el barrio, incluido su trabajo era conocido como “Don Guillermo”.
Esto se debía a su planta de título nobiliario, de persona de alcurnia, siempre bién trajeado,con un corte de pelo digno de un artista de Holluwood y desprendiendo de su persona un intenso aroma a Barón Dandy. Todos se reían de él pero no dejaban de llamarle “Don Guillermo”, como si fuera un eminente ciudadano cuando en realidad se ganaba el sustento como acomodador en el cine de al lado de su casa, y era curioso verle entrar a trabajar vestido como si fuera a la Ópera, mientras le esperaban con ojos burlones alguno de sus compañeros y el dueño del local, que se divertía más que ninguno haciéndole una inclinación de cabeza mientras le llamaba “Don Guillermo, a lo que el aludido respondía con otra inclinación viríl mientras de su noble boca salía un Don Sigfrido, en el que parecían resonar las notas inconmensurables de hazañas heroicas.
Pero volvamos a la relación entre los tres, ¿Cómo llamarles, conocidos, amigos, colegas o primos simplemente?.
¿Qué sucedía cuando en la pequeña reunión faltaba uno?.
Si los reunidos eran Ramón y Luis se referían al ausente como “nuestro Barón” o perfeccionando la locución con el añadido “Dandy”.
Cuando coincidían Luis y guillermo, es decir en ausencia de Ramón, se referían a “nuestro “Guayabo”. Esto tenía dos fundamentos: uno, que era el más joven de los, tres y otro que tenía la costumbre de responder a todo con un entusiasta “güay”,que con frecuencia llegaba hasta el Paragüay.
Si los presentes eran Guillermo y Ramón, utilizaban para Luis el sobrenombre de “el incomprendido”, ya que siempre terminaba las frases con la muletilla: “¿Me comprendes?.
Sin duda la personalidad más destacada era la de Guillermo que de ningún modo pasaba desapercibido, principalmente porque sus emanaciones le precedían. Hasta tal punto que cuando quedaban en el bar, más de un parroquiano se quejaba de lo raros que sabían la tortilla o los calamares fritos.
Pero sin duda también , el que contaba mejor los chistes era “El incomprendido”. Era inevitable la muletilla al terminar de contar un chascarrillo, de manera que a la gracia del uno se unía siempre la gracia de aquella interrogación que tenía todos los visos de una inquietud existencial.
Aquel día estaban ya agarrados a la primera jarra de cerveza, la conversación era fluida ya que hablaban de fútbol
Hay que decir que Guillermo era duro del oído derecho y que a sus contertulios se les solía olvidar, por lo cual él con frecuencia tenía que recordárselo:
- Discúlpame.  ¿Puedes hablarme por el oído izquierdo?.
Este repetido detalle desencadenaba una danza armoniosa de los otros dos al oído izquierdo de Don Guillermo, dándose el caso de que , cuando había suficiente afluencia en el bar, dos o tres personas les observaban interesadas para captar mejor la complejidad de la escena.
- Hoy –dijo Luis- traigo uno muy bueno, por lo sencillo y original. ¿Me comprendeis?.
-  Venga suéltalo- respondieron los otros dos.
-  Son unos que van en un tren y el mmás elegante tiene un plátano metido en una oreja.
- El otro se lo quiere hacer notar y , por eso le dice:
-  Perdone, pero me parece que tiene Un plátano en la oreja.
Como el primero no le oye tiene que repetir varias veces la disculpa y la indicación. Cuando ya est´á desesperado, el del plátano se vuelve y le dice con toda naturalidad:
¿Sería tan amable de decírmelo por este otro oído? , que es que en el izquierdo tengo un plátano.
¿Me comprendeis?.
El único que contestó fue Ramón:
- ¡Guay!. Te comprendo.

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