miércoles, 12 de junio de 2013

María Dolores León "Adiós tierna infancia"


                                   ADIÓS TIERNA INFANCIA

           

            “Un elefante se balanceaba

            En la tela de una araña,

            Como no veía y  se caía

            Fue a llamar a otro elefante….”

 

            Como un himno, cada día los niños se lo cantaban en el recreo. El más poeta había adaptado su versión a la personita de Manuel. Los adultos le etiquetaban como  gordito, bajito, con gafitas… Los del patio le conocían como “el piojo gordo gafotas”.  

            Manolito, siempre vestido de colores alegres,  había sido un niño feliz hasta su llegada al Rosalía de Castro.  Allí se enteró  de su gordura, de su corta estatura y de su alta miopía. La familia prestaba escasa  atención a la apariencia física. Manolín crecía según la genética heredada de Georges y  deTeresa  Brown.

             Cuando la mamá iba a buscarle, grupos de chicos pasaban a su lado tarareando:

           

            “Como no veía y  se caía,

            Fue a llamar a otro elefante.

            Dos elefantes se balanceaban…”

 

            Teresa Brown  no lo advertía, pero él se ponía rojo de vergüenza y de rabia: bajaba la cabeza y echaba a correr hacia el coche. Ella le comentaba:

-- ¡Qué canción tan graciosa! ¿No te la sabes…?

 

            Él simulaba no oírla.  Siguiendo la pauta de la cancioncilla,  el número de elefantes aumentaba acorde a las personas que acudían  a recogerle.  

 

            “Tres elefantes se balanceaban,

            En la tela de una araña…..”

 

            A Manuel  lo que mas le había gustado del nuevo colegio  habían sido  los columpios.  En el recreo todo cambió con la primera intentona de  balanceo.  A penas  empezaba a darse impulso cuando   chicos y chicas  le rodearon cantándole a coro  la recién bautizada “Canción del elefante  Manolito”. Se bajó y atravesando la mini chusma corrió hasta los servicios. Todos le seguían. En la huida se cayó desollándose las rodillas. Las heridas   no le protegieron de sus acosadores que coreaban  desgañitados:.

            “Un elefante se balanceaba

            En la tela de una araña,

            Como no veía y  se caía..”

 

              Tragó las lágrimas por lo de las raspaduras y la impotencia de cambiar su aspecto a voluntad.  Tomó consciencia de su realidad física: no era flacucho como todos los otros, pero sí enano y gafotas. Se sentía amenazado por ser distinto. Acostumbrado  a los arrumacos de la abuela Tere,  “pero que nieto tan hermoso tengo, mira que mofletes…”, no sabía que eso de ser hermoso estaba bien en su casa, pero no en el cole y menos en la clase de gimnasia.

            Hasta aquel momento, su madre había sido para él  la persona más guapa y buena  del mundo.  Le consolaba cuando algo iba mal  abrazándole contra  su pecho blandito y cálido. Ya no; ahora sentía rechazo hacia  aquellos brazos rollizos.  De ella se podrían sacar tres mamás como la de Luis, el cabecilla del grupo.

             Su madre, su padre, su abuela, todos eran asquerosamente gordos, gordísimos.  No los quería por familia: ellos tenían la culpa de las burlas  que sufría.

            La tristeza, la soledad y el miedo a Luis y a su pandilla, le quitaron las ganas de casi todo: de ir al colegio., de columpiarse, de jugar, de comer… La señora Brown  empezó a preocuparse cuando su hijo perdió el apetito. No se explicaba las causas del cambio en el carácter del niño: languidecía por  los rincones, no quería ir a clase, no le gustaba que le abrazara…  Ni el chocolate le levantaba el ánimo. De seguir así  tendría que llevarle  al sicólogo. A ella le había ido estupendamente. Lo comentaría con Georges.

            Cuando le preguntó   qué le sucedía, las palabras de Manolito se hundieron  absorbidas por   el generoso busto:

            -- No quiero ser gordo; me quiero morir como los niños de África.., Los gordos no tenemos derecho a vivir.

            -- Pero ¿de dónde sacas esas tonterías?.

            -- El profe  ha dicho  lo de los niños  que  no tienen comida y se mueren de hambre.   En el patio los chicos me han pegado  por egoísta. Dicen que  los gordos tenemos la culpa de lo de  Africa, que nos comemos su parte… Y  encima  soy un gafotas que no ve tres en un burro. Yo quiero ser como ellos…

            La llantina le ahogaba. Teresa le tendió el  refugio de sus brazos. Él ya no encontraba consuelo en aquel nido acolchado y huyó de ellos.

            La mamá no estaba preparada para asumir el crecimiento interior de  su hijo. Las lágrimas se  escaparon: su cachorrito  se había iniciado en el la dureza de la vida.  A tan corta edad había experimentado  la crueldad  contra el diferente.

             ¿Y si regresaran  a Estados Unidos? Aquel pais rebosaba de gordos mórbidos.  Y ella, quizás podría  retomar  la carrera de modelo para llenitas; mantenía las mismas medidas. A ver que decía Georges…

 

            Mientras cubría de chocolate una  tarta  canturreaba:

            “Un elefante se balanceaba

            En la tela de una araña,

            Como no  veía y  se caía,

            Fue a llamar a otro elefante.

            Dos elefantes…”

 

Madrid, 22.10.12

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