EL
BOTIJO MÁGICO
El botijo es un objeto sumamente útil sobre el que pesan dos
incógnitas. Una quien lo inventó y cuando lo hicieron.
Hay quien lo situa en la China, en la época de la dinastía
Ming. Otros lo ponen en manos de alfareros árabes, por sugerencia de
Scherezade, que la pobre se deshidrataba cada una de las mil y una noches que
por salvar el cuello se las pasó contándole tonterías al memo del Sultán.
A esta segunda opción
se aferra el autor de este relato, que como se verá más adelante, puede ser
aproximadamente cierta.
Cuenta la leyenda que Alí, joven e incauto miembro de una
numerosa y pobre familia, se creyó la farsa con que le tomaban el pelo los
espabilados vecinos de su aldea. Quienes le hacían creer que en la ciudad de
Bagdag había un derviche que poseía un botijo mágico, que quien bebiese de él
obtendría el cumplimiento de todos sus deseos, y nuestro joven Alí se lo tomó
tan al pie de la letra que una mañana, sin decir nada a nadie, antes de la
amanecida y aun antes de la llamada a la oración por parte del Almuecín, se
puso en dirección a la meta de sus sueños. De lo que tardó en hacer el
recorrido no quedó constancia, pero llegó y se encamino a la gran plaza del
zoco.
El pobre se volvía loco entre tanta gente; vendedores,
encantadores de serpientes, mendigos y una indescriptible barahúnda de
personas, que no sabía a quien dirigirse, pues unos no le hacían caso a sus
preguntas, y otros le tomaban por loco.
Pero al final encontró quien le tomó bien el pelo. Le dijo:
“ve a casa del doctor Al-Raschid que es el poseedor de tan maravilloso
elemento”. Y sin encomendarse a Alá o al diablo, le faltó el tiempo al bueno de
Alí para ir a casa del supuesto doctor, que ni tal cosa era, pero que tenía una
esposa que todo el barrio conocía como “la bruja”.
Una vez que el incauto Alí expuso el tema. Al-Raschid dijo que
él no tenía tal botijo, pero la bruja oliendo la posibilidad de obtener algún
beneficio, dijo “oh marido, porque le ocultas a este apuesto joven tu tesoro,
sabes que el profeta nos manda compartir todo cuanto poseemos con los fieles
cumplidores de los mandatos divinos”.
Y pasando a la acción. Le dijo al joven: “ven, para lograr tus
deseos te has de poner a trabajar como criado para nosotros, sin sueldo durante
diez años, y cada día beberás un trago de agua del mágico botijo; previamente
me habrás de contar a mi sola cuál es tu deseo. El inocente y crédulo Alí,
respondió “quiero ser pájaro y volar para conocer el mundo y poder ir a la
Meca, como manda el Corán”.
Ante tal ejemplo de bobería congénita, la bruja vio la
oportunidad de tener criado gratis, al menos por diez años; los que pasaron sin
apenas darse cuenta, y cuando expiró el plazo, Alí que había crecido en años,
pero no en inteligencia, le pidió al ama la tan ansiada solución, y la bruja
sin inmutarse le ordenó: “vamos al huero y te subes a la palmera más alta”.
Obediente Alí trepó. “Más arriba” decía la bruja, y Alí trepo
hasta la más alta rama; ante el asombro de Al-Raschid que le decía a su mujer
“para por Alá, que este hombre se nos mata y nos quedamos sin criado”.
La bruja sin hacer caso le ordenó al Joven que se soltara de
la mano derecha, y cuando lo hizo, le ordenó que lo hiciera de la izquierda.
Parece ser que el miedo o la ignorancia, le daban seguridad al joven, que
cuando recibió la orden de agitar los brazos, los agitó con tal ímpetu que ante
el espanto del matrimonio, Alí salió volando, haciéndose cada vez más pequeño,
hasta convertirse en un punto que se perdió en el espacio.
A partir de entonces, la bruja y Al-Raschid no volvieron a
tocar el agua por miedo a las posibles consecuencias. Y saltándose a la torera
los mandamientos del Corán, hasta las cinco abluciones diarias las hacían con
whisky.
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