viernes, 6 de diciembre de 2013

Vicente Ibáñez "El botijo mágico"


EL BOTIJO MÁGICO

El botijo es un objeto sumamente útil sobre el que pesan dos incógnitas. Una quien lo inventó y cuando lo hicieron.

Hay quien lo situa en la China, en la época de la dinastía Ming. Otros lo ponen en manos de alfareros árabes, por sugerencia de Scherezade, que la pobre se deshidrataba cada una de las mil y una noches que por salvar el cuello se las pasó contándole tonterías al memo del Sultán.

 A esta segunda opción se aferra el autor de este relato, que como se verá más adelante, puede ser aproximadamente cierta.

Cuenta la leyenda que Alí, joven e incauto miembro de una numerosa y pobre familia, se creyó la farsa con que le tomaban el pelo los espabilados vecinos de su aldea. Quienes le hacían creer que en la ciudad de Bagdag había un derviche que poseía un botijo mágico, que quien bebiese de él obtendría el cumplimiento de todos sus deseos, y nuestro joven Alí se lo tomó tan al pie de la letra que una mañana, sin decir nada a nadie, antes de la amanecida y aun antes de la llamada a la oración por parte del Almuecín, se puso en dirección a la meta de sus sueños. De lo que tardó en hacer el recorrido no quedó constancia, pero llegó y se encamino a la gran plaza del zoco.

El pobre se volvía loco entre tanta gente; vendedores, encantadores de serpientes, mendigos y una indescriptible barahúnda de personas, que no sabía a quien dirigirse, pues unos no le hacían caso a sus preguntas, y otros le tomaban por loco.

Pero al final encontró quien le tomó bien el pelo. Le dijo: “ve a casa del doctor Al-Raschid que es el poseedor de tan maravilloso elemento”. Y sin encomendarse a Alá o al diablo, le faltó el tiempo al bueno de Alí para ir a casa del supuesto doctor, que ni tal cosa era, pero que tenía una esposa que todo el barrio conocía como “la bruja”.

Una vez que el incauto Alí expuso el tema. Al-Raschid dijo que él no tenía tal botijo, pero la bruja oliendo la posibilidad de obtener algún beneficio, dijo “oh marido, porque le ocultas a este apuesto joven tu tesoro, sabes que el profeta nos manda compartir todo cuanto poseemos con los fieles cumplidores de los mandatos divinos”.

Y pasando a la acción. Le dijo al joven: “ven, para lograr tus deseos te has de poner a trabajar como criado para nosotros, sin sueldo durante diez años, y cada día beberás un trago de agua del mágico botijo; previamente me habrás de contar a mi sola cuál es tu deseo. El inocente y crédulo Alí, respondió “quiero ser pájaro y volar para conocer el mundo y poder ir a la Meca, como manda el Corán”.

Ante tal ejemplo de bobería congénita, la bruja vio la oportunidad de tener criado gratis, al menos por diez años; los que pasaron sin apenas darse cuenta, y cuando expiró el plazo, Alí que había crecido en años, pero no en inteligencia, le pidió al ama la tan ansiada solución, y la bruja sin inmutarse le ordenó: “vamos al huero y te subes a la palmera más alta”.

Obediente Alí trepó. “Más arriba” decía la bruja, y Alí trepo hasta la más alta rama; ante el asombro de Al-Raschid que le decía a su mujer “para por Alá, que este hombre se nos mata y nos quedamos sin criado”.

La bruja sin hacer caso le ordenó al Joven que se soltara de la mano derecha, y cuando lo hizo, le ordenó que lo hiciera de la izquierda. Parece ser que el miedo o la ignorancia, le daban seguridad al joven, que cuando recibió la orden de agitar los brazos, los agitó con tal ímpetu que ante el espanto del matrimonio, Alí salió volando, haciéndose cada vez más pequeño, hasta convertirse en un punto que se perdió en el espacio.

A partir de entonces, la bruja y Al-Raschid no volvieron a tocar el agua por miedo a las posibles consecuencias. Y saltándose a la torera los mandamientos del Corán, hasta las cinco abluciones diarias las hacían con whisky.

 

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