El
botijo mágico
30
noviembre 2013.
Un matrimonio
de un importante país europeo solía pasar las vacaciones de verano en España.
Comenzaron a venir cuando sus hijos eran pequeños, y todavía, a veces, éstos les
acompañaban, ya casados, con sus consortes y nietos.
No les
gustaba vivir en apartamentos modernos. Preferían alojarse en casas de pueblo que
aunque adaptadas a la vida del siglo
XXI, conservaban el regusto de la vida rural.
Les agradaba
la convivencia con los lugareños pero, esta vez, estarían solos. Una mujer del
pueblo iría todos los días a limpiar, prepararles várias comidas populares y
echar de comer a las gallinas.
Cuando
hubieron deshecho las maletas dieron vueltas por toda la casa para fascinarse
con los restos de cultura regional que aún hubiran sobrevivido.
Así fue
como en un rincón de la cocina encontraron un botijo especial.
Por
supuesto que años atrás habían tenido ocasión de empaparse la pechera
intentando beber, pero es que aquel botijo no era blanco, ni rojo, era verde.
Además el pitorro y la entrada para el agua eran de un palmo de largos. Por si
fuera poco, unos signos desconocidos lo decoraban formando líneas espaciadas.
Así
todo, intentaron llenarlo con agua del grifo pero con esto, solo lograban que
el botijo rechazara el agua, escupiéndola a la vez que se oía un leve rugido inconveniente
.
Estaba
enzarzada la pareja en disquisiciones sobre la naturaleza de los signos, (ambos
eran autodidactas de la
Arqueología ), opinando sobre si se trataba de escritura
demótica o hierática, cuando se oyeron unos golpes en la puerta.
Era
Demetria que venía a atenderles.
Después
de las presentaciones y de que la buena mujer repitiese varias veces: “Mu
contentos. Aquí van a estar mu bien y mu contentos”, le plantearon la incógnita
de aquél objeto estrafalario.
-Pos no
sé…Cuando yo venía a cuidar al Eladio, nunca lo ví y si que es un botijo
raro…-dijo Demetria mientras lo cogía y tocaba por todas partes- A ver, a ver…
Y se
volvió con rapidez a los cajones de la cocina regresando con un gran
sacacorchos.
Abrazada
al botijo, estuvo urgando en la embocadura mientras el matrimonio hacía algún
comentario.
-Despacío
po favó, ser cosa cultugal – decía ella.
-Pog
favog, cuitado, cosa delicada…
-corroboraba él.
Demetria
forcejeaba con el botijo a riesgo de saltarse un ojo.
-Así,
así…mu bien…lo he cogío.
Y
extrajo una bolsita de plástico que contenía un papel enrollado.
El
matrimonio estaba atónito, no podrían haber hablado más que En su Idioma . La
emoción les bloqueaba la dicción en español, motivo por el cual la narradora ha
optado por no aventurarse por diálogos en el idioma original con el fin de no
aburrir al lector.
Como es
de imaginar la protagonista es la esforzada Demetria, que, en este momento ha
dejado la verde antigualla en la mesa y desenrolla el papel.
-Si
ustés saben leer español…porque una servidora satasca…o si no voy a buscar a la
maestra.
Con
delicadeza y muchísima curiosidad la Sra.
Extranjera le cogió el papel y leyó:
“Como
veo que me muero quiero dejar a la
Demetria esta cosa histórica que ha pasao, en mi familia, de
generación en generación.
En la
época del Emirato árabe se impulsó la ciencia hastal punto de fabricar este botijo
, carísimo entonces, con el que se pué jacer
con poca agua , guisos en el desierto.
Lo he
probao y aguanta al fuego porque es vitrificao. Lo que se cocina sale muy rico.
Se lo deho
a mi amiga Demetria, por buena y zimpática, que ha alegrao mis últimos días.
¡Si no juera
porque mestoy muriendo, te pediría que te cazaras conmigo!.
Adiós”.
Firmado: Eladio El Risueño.
Posdata:
Pa manejarlo a la parte trasera de la hoja.
-¡ Oh,
oh, tecnológic –decían a coro los veraneantes.
-Desluego
el botijo es mu majíco, pero si ustés hubieran conocío al Eladio…con lo
bromista quera….
-Nosotgos
compgag a ti Demetgia –ofreció él.
-No eso
no estaría bien. Los deseos de un muerto hay que respetarlos. Que una es mu
creyente. Pero les prometo que mientras estén en el pueblo les voy a guisar en
el botijo. Talmente como si ustés fueran morabitos del desierto.
Una vez
leidas las instrucciones descubrieron la muesca que hacía fácil abrirlo. No más
de mmedio vaso de agua y una cucharada de
aceite de oliva. Fuego mínimo.
Los
extranjeros alabaron mucho el pollo al chilindrón.
Hay que
decir que Demetria no andaba descaminada, si bien, los autores de la broma eran
dos: Eladio,para quien tenemos un recuerdo afectuoso, y Eleuterio.
Se
hicieron muy amigos por la coincidencia de letras de sus nombres y, como
Eleuterio era alfarero, idearon aquel botijo-olla que nadie compró, aunque
funcionaba.
Pero el
texto de las inscripciones no era de ellos. Se debía a un amigo del otro lado
del Estrecho que, dicho sea de paso, escribía muy mal en árabe. La primera
línea decía:
“Javivi.
Alí Babá y Simbad el marino, cuanndo no estaban de viaje, comían lo que cocinaba
este puchero”.
En las
otras dos líneas decía cosas raras acerca del sentido del humor y la
convivencia de culturas distintas.
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