viernes, 29 de noviembre de 2013

Maricarmen Colodrero "La noche inesperada"


           

 

La noche inesperada

 

Octubre 2013.

La noche vino de pronto, como una cascada de sombra y oscuridad.

Le cogió leyendo, y cuando la última letra se deshizo en la negrura de la habitación, se dio cuenta de que aquella era la primera, después de muchas noches, en que no estaba invitado a una cena social, de fraternidad o de amigos íntimos.  Tampoco estaba citado con alguna de sus beldades.

Era cosa reconocida por todos y todas que las mujeres se le daban pero que muy bien.

Sin embargo, no era un hombre guapo, ni vanidoso.

Cuando conocía  de nuevas a una fémina, todo su ser quedaba fascinado por el misterio de una naturaleza tan distinta de la suya y, entonces, se sentía como un explorador del universo.

No recordaba en qué momento de su vida había convertido sus relaciones amorosas con el otro sexo en el mejor de los viajes siderales.

Cuando se sintió por completo bañado en aquel mar de tinta china, cuando se perdieron las referencias visuales, se levantó de la butaca y , a tientas, cogió la chaqueta, comprobó que llevaba las llaves  y salió a la calle.

 

De modo ocasional oía el motor de un coche al arrancar, alguien que abría un portal, sonidos difusos de televisores, retazos de conversación o el remoto fragor de la circulación en el centro de la ciudad.

Las luces que se filtraban por las cortinas de las ventanas eran escasas y se le antojaron luciérnagas moribundas desperdigadas bajo un cielo sin estrellas.

 

La primera farola iniciaba un trayecto mal iluminado, pero recto y largo.

 Al poco un perro sin dueño se acercó a olisquear sus pantalones. Le dio un golpecito en el lomo.

-Amigo, lo que buscas está un poco más adelante – le dijo señalando la farola siguiente.

Como si le hubiera entendido el animal emprendió un trotecillo vivo hasta ejercitar su olfato y levantar la pata.

Anduvo algo más y percibió Una sombra indistinta que se dirigía hacia él. De más cerca se fijó en sus movimientos banboleantes, inseguros y con derrotero incierto.

Lo primero que pensó, al reparar en las faldas, es que se trataba de una borracha o una furcia, o las dos cosas.

Cuando la figura femenina entró en la zona de máxima visibilidad, de un vistazo valoró sus encantos, pero al momento notó, viéndola dar un traspiés, que o la borrachera estaba en un punto definitivo o aquella mujer se encontraba mal.

-¿Necesita ayuda, señorita?.

Tuvo el tiempo justo para recogerla en sus brazos, adoptar la postura de paje y reclinarla sobre su muslo.

Volvió la cabeza a un lado y otro buscando algún transeúnte , pero no había nadie en la calle.

Como pudo, mientras elevaba una oración muda a cualquier divinidad, buscó y por fin encontró el móvil. Menos mal que sabía el nombre y la numeración aproximada de la calle

-Esté tranquilo, llegamos enseguida –le alentaron desde el Sámur.

 

En esa posición incómoda, lo mejor era buscar el pulso en el cuello. El latido era débil pero estaba.

A pesar de que el peso de ella tendía a desnivelarle, había notado la suavidad de su piel y apreciado de cerca su rostro,  así como su esbeltez y las líneas rotundas y laxas de todo su cuerpo.

 

-         ¿Puedo ir con Vds?. Prefiero asegurarme de que no va a estar sola hasta que se localice a algún allegado.-Si, claro. Venga .

 

Bajo las luces polvorientas de los tubos de neón, sentado entre familiares que esperaban la llamada del médico para informarles, pasó una hora.

-Siéntese, por favor –le decía el médico- Hemos localizado al novio, ya viene para acá.

-¿Y ella, ¿Cómo está?.

-Se recupera bién, ha sido una bajada de tensión. El resultado de mucho trabajo y pocas ingestas regulares.

-¿Puedo verla, ya habla? No me importa acompañarla hasta que llegue el novio.

-Creo – respondió el doctor- que a ella no le parecerá mal.

 

Estaba dormida y tenía buen color.

Mientras la tuvo reclinada sobre si en la calle, lo que le había impresionado más había sido su fragilidad. La sensación de tener en los brazos una bonita muñeca rota.

Sin embargo ahora, mirándola con detalle al rostro, encontró algo muy distinto: Sin ser una belleza sus facciones eran muy correctas, armoniosas. Tenía una pequeña arruga en el entrecejo y , quizá por la postura, parecía que sonreía.

Comenzó a preguntarse qué hacía él escudriñando la cara de una desconocida, intentando adivinar cómo sería despierta.

Estaba casi elucubrando sobre la posibilidad de que despertara en sus brazos, cuando alguien entró en el cubículo.

Le cogieron  desprevenido sus propios sentimientos al ver que el recién llegado depositaba un beso en los labios de ella.

Hablaban en un susurro pero les oía.

-¡Ah! Cariño eres tu.

-¿Estás ya bien mi amor?. ¿Qué te ha passado?.

-Me he desmayado en la calle. Parece ser que un señor llamó al Sámur. Me gustaría agradecérselo. Pregúntale a la enfermera a ver si sabe si está aún en el hospital.

-No hace falta nada de eso –decía aquel hombre- , con que vuelvas la cabeza vas a conocer a tu ángel de la guarda. Buenas noches, perdone que aún no le haya saludado.

-No tiene importancia. Lo primero es lo primero –contestó él mientras dedicaba una sonrisa a la convaleciente.

La mirada de ella fue tan dulce…tan intensa y profunda…, que le costó sonreir porque nunca había sentido nada parecido.

-Raúl y yo nos casaremos la semana que viene. Queda invitado a la boda.

-Gracias –dijo inmerso en un torrente de sentimientos desconocidos.

Raúl le tendió la mano por encima de la cama y él dijo:

-Alberto.Por favor no me llameis de usted.Además debemos tener casi la misma edad.

Volvió la cabeza para sonreirle a ella y se encontró con unos ojos serios que le observaban.

-Danos el número de móvil. Te llamaré.

Con el rabillo del ojo vió un difuso gesto de malestar en la cara de Raúl. ¿Lo vió, o lo imaginó?.

 

-Bueno…me voy, ¿Puedo darte un beso en la frente?.

-Claro que sí –dijo ella y cerró los ojos para recibirlo.

 

Eran las dos y media de la mañana, los taxis estaban allí mismo. Cogió uno.

En el asiento de atrás, fogonazos de claridad de distinta intensidad jugaban con los volúmenes del interior del coche.

Sentía que, ahora, su nombre estaba perdido en el móvil de un rival y que no volvería a verla nunca más.

 

 

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