La
canica
17
noviembre 2013.
El
patio estaba lleno del alboroto de los niños.
La
mañana otoñal era soleada y ventosa, pero los juegos no se veían afectados, la
espontaneidad de la infancia era tan transparente como el aire y la luz.
Varios
niños de ambos sexos formaban casi un semicírculo a unos metros de una especie
de hueco rectangular entre el muro de la tapia y el edificio del colegio.
Estaban
contemplando un espectáculo maravilloso: Las hojas secas, doradas, marrones o
rojizas se movían a ráfagas formando un pequeño tornado.
El
mordisqueo de los bocadillos había pasado a segundo término y, en algunos
casos, el pan y su relleno quedaban suspendidos a la altura de la boca
entreabierta, mientras los ojos seguían las evoluciones del embudo que desplazaba
sobre el suelo su punta enmarañada.
Cuando
de la parte alta del remolino se separaban algunas hojas grandes y estas
viajaban por el aire hasta la calle, un murmullo de admiración escapaba de sus
labios.
Los
cabellos negros y ondulados del niño se agitaban pero la mirada soñadora
evocaba su deseo de volar, mientras recordaba las aventuras de los pilotos de
caza en aquellos tebeos antígüos de su padre.
Al
pequeño situado a su lado no se le despeinaba el pelo. Un corte a “cepillo”
impedía movimientos rápidos de su escasa
cabellera.
-¿Qué
te pasa? –dijo con brusquedad el niño moreno- ¿Por qué me das con el codo?.
-Tengo
que decirte una cosa, ven un poco a este lado, -respondió con un hilo de voz el
de pelo corto-, no quiero que me oigan esos.
El
muchacho de ojos soñadores se le quedó mirando como si valorara la situación.
-Ahora
quiero mirar lo que hace el aire, -contestó bajito sujetándose los rizos- .
Cuando salgamos te espero al principio de la calle de la cuesta.
Terminaba
el recreo. La campana sonaba en arrebato. La aparente confusión acabó en filas
bajo el griterío.
Aquel
sitio estaba bien elegido porque estaba fuera de las rutas que seguían sus
compañeros.
-venga…qué
me tienes que decir.
-Mira
–respondió el niño sigiloso.
Sobre
la palma de su mano había una canica preciosa.
-Es muy
“guay”. ¿Es tuya o la has ganado?.
Yo era
el preferido de mi abuelo y me la diola semana pasada, antes de morirse. Mi hermano es un envidioso,
que además colecciona canicas, pero no tiene ninguna tan “guay” como esta.
-¿Y, para
decirme esto… ¿tanto misterio?.
-Es que
además, El Róbert, ¿Ya le conoces… No?. Le ha echado el ojo y no parará hasta
que se haga con ella.
-Pués
no la saques, ni te la juegues. Si fuese mía es lo que haría. Además como nos
vean juntos… ya nos podemos preparar…. ¿No entiendo nada.
-A mi
me pareces un tío serio, que cumple con su palabra. El único que merece la pena
de tu pandilla.
Si me
la guardas hasta después de las vacaciones de Navidad… A mi hermano le diré que
la he perdido y me pondrá verde. En la pandilla diré lo mismo, Creo que así me dejarán tranquilo, que se
olvidarán de ella.
-¿Y no tienes
miedo de que yo te engañe, la pierda o me la juegue?.
-No,
porque esto sería un pacto entre hombres, con apretón de manos. Además, cuando
me la devuelvas, te regalo estas tres.
Rebuscó
en el bolsillo y sacó tres estupendas canicas de acero.
-¿Me
las dejas ver? – dijo el otro extendiendo la mano.
Si,
estas son muy buenas. ¿Me dejas que mire un poco más la bonita?.
-Entonces
¿Hacemos pacto?.
Si
–dijo con firmeza el chiquillo moreno.
-Cuídala.
Mi abuelo la guardó desde que tenía más o menos nuestra edad.
La
canica quedó aprisionada entre sus respectivas manos mientras se miraban con
seriedad.
Ambos
no habían cumplido los once años pero en los dos meses siguientes vivieron
aventuras nuevas y distintas para cada uno de ellos.
Pelopincho
descubrió la duda pero se mantuvo firme en la confianza, aunque, más de una vez
sintió deseos de cancelar el pacto. Sólo su sentido de la hombría le mantuvo en
su decisión.
La aventura
de El Bucles también fue de descubrimientos.
Lo
primero que descubrió fue qué significaba “clandestinidad”, porque no podía
mirar la canica en depósito siempre que quería.
Cuando
era seguro y posible aquella bolita de vidrio coloreado le transformaba en
piloto de nave espacial.
Él, con
su nave,eran un puntito que navegaba entre galaxias amarillas, anaranjadas y
verdes, tan sólo con mover la canica bajo un sol que, casi siempre, era la luz
de la mesita de noche.
Descubrió
también la responsabilidad, la cautela, e incluso, el miedo a faltar a la
palabra dada.
En el
espacio previsto de tiempo se produjo el rescate de aquel micro universo, que
pasó de nuevo a su dueño quien conoció la satisfacción de recuperar algo que
tenía en gran estima.
El
Bucles se sintió orgulloso de tener tres buenas canicas nuevas y, no le dio
tiempo a sentir envidia del Pelopincho ya que secompró, en cuanto pudo, dos canicas coloreadas, que, sin tener detrás la historia
de un abuelo, le tenían muy satisfecho.
Eso si:
¡Nunca más volvió a jugar con ninguna de las cinco!.
De
todos modos para El Bucles y Pelopincho había pasado el tiempo de jugar a las
canicas.
Entraron
juntos en la galaxia de la amistad imperecedera.
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