jueves, 14 de noviembre de 2013

María Dolores León "Fiesta infantil"


                                   FIESTA   INFANTIL

                                   María D, de León

                                   10.10.13

 

            -- Marina, no  olvides el regalo de Alicia.

 

            Se dirigen  a  casa de la amiga: hoy cumple 7 años. Marina piensa en   la tarta: “¿Será de chocolate  y con velitas de colores? La mía la quiero  rosa y las velitas también…Este año las apagaré todas …”. Del paquete envuelto en papel de colorines brota un “hi, hi..” seguido de otro “jui, jui”.

 

            -- ¿Estás segura de que ese bicho es lo que ella desea…?

            -- ¡Claro! Su mamá no la deja tener mascotas de verdad…

 

                        La hermana mayor abre la puerta y tras ella, emergiendo del griterío infantil, aparece Alicia corriendo.  Antes de dar besos toma  el regalo que con el tejemaneje se ha activado; nerviosa rasga el envoltorio.  

Encantada ante la especie de rata blanca de hocico rosa, llama a los amigos.

           

            -- Mirad, mirad que guay.  Habla y todo… 

 

            El animalillo mecánico corretea por la habitación, emitiendo sus “hui, hui” y “jui, jui” cada vez que choca con algo.

             En tropel, los pequeños invitados, se unen a la nueva diversión; improvisan obstáculos para ver la habilidad del juuete en esquivarlos.

           

            Con aire desorientado, en el quicio de la puerta del comedor

aparece un payaso.  La versión renovada de Charlie Rivel, sostiene en la mano un globo azul,  embrión del perro fallido. Despojados de su público ambos se  desinflan poco a poco. Sin querer hacer patente el desasosiego, desde su puesto trata de descubrir al pequeño contrincante.  “Un simple animal a pilas… El hombre, aquí también es desplazado, anulado  por la tecnología…” Asocia aquella  escena  a su estado laboral.  No sabe si será capaz de terminar; hasta los críos se van a dar cuenta de su ineptitud. Resignado piensa en otro fracaso a añadir a la lista.  La leve camiseta le pesa como una armadura.

 

            La madre de la pequeña  anfitriona, ante el mal aprovechamiento que se está haciendo del contratado, llama a los niños al orden:

            -- ¡ Niños,  niños! Dejad a la rata descansar. El  señor payaso me acaba de  decir que os ha visto  las orejas y la cabeza llenas de chocolatinas.

 

            La chavalería acude al reclamo. La madre de Marina, sonriendo se asoma  para asistir al número. Se fija en aquel hombre; le parece mas desvalido que cuando llegaron, lacio como una planta sin regar. La camiseta roja,  realza la típica tripilla  “cervecera”, como la de Daniel.  Daniel…A él también le gustan los juegos de magia aunque se le dan fatal. Tras el despido se ha refugiado en este tipo de entretenimiento. Lleva  unas semanas que lo nota raro. Alega entrevistas de trabajo para no ir a buscar a la niña al colegio…         

            El bullicio la devuelve a la fiesta. Como les habían anunciado, el falso Rivel  recupera de orejas y narices,  chocolates  bajo forma de monedas de oro. Su hija  parece tan encantada como los demás. De pronto, la sonrisa se le cuaja en una mueca: el reloj del payaso… “Ese reloj…” En un viaje de trabajo le  había comprado en Milán,  uno idéntico a su marido… Es él…  Reza: “Que la niña no se dé cuenta, que la niña no le reconozca…” Con la voz húmeda  llama a su hija:

            -- Marina, cariño, nos tenemos que ir. Le prometí a la abuelita que pasaríamos a verla….

 

            Sin rechistar, la niña se levanta del suelo, se acerca al clown, le murmura  al oído y le besa.  Éste le ofrece una de las mariposas que se balancean en su sombrero. La lágrima pintada palpita, toma volumen y rueda lenta y pesada.  Del bolsillo saca un interminable pañuelo verde pistacho,  restaña el inoportuno líquido  y empieza a llorar como un cachorro.  Los chiquillos   encantados con el nuevo juego,  se lanzan  sobre él, unos para consolarle, otros para pegarle e  incrementar los lloriqueos.  Cada uno recibe una mariposa. Cuanto más grita y llora, mayor es el regocijo. El pañuelo no tiene fin. Aplauden encantados hasta el anuncio  de la tarta que por cierto es de yema bien amarillita.

 

            Marina y la madre no llegaron a ver el final apoteósico.   La niña, con su mariposa prendida en el pelo, se entretiene,  con los  chuches de la fiesta. A la  madre todavía  le escuecen los ojos; se pregunta si le habrá reconocido.

 

            -- Marina, ¿qué le dijiste  al payaso cuando nos fuimos?

            -- Que hiciera a los niños el trupo del conejito; es el que mejor le sale…

 

 

 

 

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