POR
LA CARIDAD LLEGÓ
LA PESTE
María
D. de León
Madrid, 09.01.14
“Lola, desde que se fue a vivir con el ateo
de Alberto, en navidades se refugia en un país de herejes. Yo
no llego a tanto. Tras la partida de Maripili, de forma radical, sin concesiones
a la nostalgia abandoné las tradiciones
que durante toda la vida de casados ella
había impuesto. Me limito a evitar la lombarda, la pularda
rellena, el corderito asado, la ensalada
de escarola con granada, los mazapanes, los polvorones y las frutas
escarchadas. Rehúyo hasta los aromas que vecinos de escasa sensibilidad
propagan sin recato; no quiero pensar que lo hacen por darme en las narices. Me
permito una licencia con los frutos secos, eso sí, nacionales y con las frutas de Aragón, tan
españolas.
La
niña fue un vehículo para
introducir costumbres de allende la
patria: árbol de Navidad, Papá Noel, el caganet… Este último no lo podía soportar. Había sido idea del
cretino de mi cuñado, nacido según decía,
en el
“Condado de Cataluña”. Vamos, un gilipollas integral. Cada año aportaba
uno nuevo; el belén acabó pareciendo un cagadero de celebridades. Transigí
por Lola; a los niños lo escatológico les hace mucha gracia.
Cuando
todavía la familia estaba al completo,
como buenos católicos romanos, tras la cena de Nochebuena acudíamos a la
Misa del Gallo. La
niña, se resistía a la Adoración del Niño: “No me gusta, ese muñeco es
feo y viejo, tiene desconchones.
No le quiero besar el pie, tiene babas…” Para evitar la pataleta,
la dejábamos en el banco custodiando el bolso de la mamá.
En
cuanto caía en nuestras manos un
billete de 5 euros nuevo, lo reservábamos con miras al óbolo navideño. Maripili se
atribuía el honor de depositarlo en la cestilla tras el beso; lucía precioso sobre el lecho de monedas
plateadas, tan azul, como un trocito de manto.”
Manuel
observa para sí: “¡Hombre, una novedad!
Ha convertido las pesetas a euros…”
“Ambos,
en comunión espiritual, sentíamos el mismo arrebato místico. Aunque
recataba el gesto evitando toda
ostentación, de reojo observaba el efecto causado en párroco y monaguillo. De
regreso al banco, me parecía flotar en estado de santidad, henchido de amor
fraterno.
Con
perenne oscilación de cabeza,
paciente, el amigo espera a que Leandro se reponga de la
congoja. Siempre, en el mismo punto del relato se le enturbia la voz. Le sigue emocionando el acto ante el Niño
Jesús.
“A
la salida, los tres repartíamos las
monedillas cobrizas que tanto detesto. Les
dábamos limosna a todos, salvo a los
extranjeros; bastantes pobres nacionales poseíamos. Los negros y
rumanos que pidieran en sus iglesias, si es que tenían... ¡Que
satisfacción, saberse en el recto camino
hacia la salvación…¡
La
fiesta de Fin de Año no me gustaba: estaba totalmente contaminada de rituales
de dudosa procedencia. Transigía en la tradición de las uvas por ser del país,
aunque el toque de superstición no me agradaba en absoluto. Hasta la aparición de los Michelin,
fue la única excentricidad
permitida en aquel hogar como
Dios mandaba. Al enviudar Pierre, Maripili, por pura caridad, empezó a
invitarle a casa.
La
primera vez, regaló a mi mujer unas
bragas de lencería fina en rojo. Por no desairarle al ser extranjero, las
aceptó con ruboroso embarazo. Al año
siguiente Michelin completó el conjunto
con el sujetador…¿Cómo se habría enterado de la talla…? Hoy en día me lo sigo
preguntando…
Maripili, para no parecer menos europea ,
aportó la cucharadita de lentejas; al siguiente Fin de Año, enriqueció el cava con
algo en oro para brindar. Recién sonadas
las 12 campanadas, Pierre
retiró del meñique la alianza de su
extinta y la echó en su copa. Puesto en pie, levantando la bebida
se dirigió a la anfitriona: “Por Maripili, alma generosa
y bondadosa; que tanto consuelo
ha aportado a mi duelo. ¡Gracias mil
dama gentil!!”. Y a ella se le saltaron las lágrimas…
La
postrera aportación causó el fatal desenlace de aquella noche de brujería. De la lámpara
del salón había colgado el muérdago de
la suerte. So pretexto de felicitarle el
año y ratificar la superación de la viudedad, el francés condujo a Maripili, de
la mano, bajo aquel yerbajo de mal
augurio. Como el beso en la boca parecía
no llegar a término, un poquito celoso me acerqué a ellos. Me
sentía con derecho a reclamar mi ración
de buena suerte. Tras mi leve roce en el
hombro, Maripili se volvió y abandonada
al abrazo del viudo me espetó:“
Leandro, te abandono; nos vamos a Jamaica. Te devuelvo el rosario de tu madre,
y quédate con todo lo demás…”
Si,
Manuel, tras aquel beso de pasión
inmoral, dominada por la lujuria de la
carne, partió. No le importaron mi
dolor, los cuernos ni el pecado que
arrastraba.
Doy fé: odio las obras de caridad, el amor
fraterno, los óbolos y limosnas, las tradiciones nacionales y extranjeras.
Sobre todo las extranjeras…”
--Te
has comido lo de la peste…
--
Es verdad; gracias, Manuel. Por la
caridad llegó la peste… ¡Qué bien me hace charlar contigo…! Ya te llamo para las próximas navidades…
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