lunes, 13 de enero de 2014

María Dolores de León "Por la caridad llegó la peste"


                        POR LA CARIDAD LLEGÓ LA PESTE

                                    María D. de León

                                    Madrid, 09.01.14

                       

              “Lola, desde que se fue a vivir con el ateo de Alberto, en navidades se refugia en un país de  herejes. Yo  no llego a tanto. Tras la partida de Maripili, de forma radical, sin concesiones a la nostalgia   abandoné las tradiciones que durante toda la vida de casados ella  había impuesto.  Me  limito a evitar la lombarda, la pularda rellena, el corderito  asado, la ensalada de escarola con granada, los mazapanes, los polvorones y las frutas escarchadas. Rehúyo hasta los aromas que vecinos de escasa sensibilidad propagan sin recato; no quiero pensar que lo hacen por darme en las narices. Me permito una licencia con los frutos secos, eso sí,  nacionales y con las frutas de Aragón, tan españolas.

            La niña fue  un vehículo para introducir  costumbres de allende la patria: árbol de Navidad, Papá Noel, el caganet… Este último  no lo podía soportar. Había sido idea del cretino de mi cuñado,  nacido según decía, en  el  “Condado de Cataluña”. Vamos, un gilipollas integral. Cada año aportaba uno nuevo; el belén acabó pareciendo un cagadero de celebridades.  Transigí  por Lola; a los niños lo escatológico les hace mucha gracia.

            Cuando todavía  la familia estaba al completo, como buenos católicos romanos, tras la cena de Nochebuena acudíamos  a la Misa del Gallo.  La niña,  se resistía a la Adoración  del Niño: “No me gusta, ese  muñeco es   feo y viejo, tiene desconchones.  No le quiero besar el pie, tiene babas…” Para evitar la  pataleta,  la dejábamos en el banco custodiando el bolso de la mamá.

            En cuanto caía  en nuestras manos un billete  de 5 euros  nuevo, lo reservábamos  con miras al óbolo navideño. Maripili se atribuía el honor de depositarlo en la cestilla tras el beso;  lucía precioso sobre el lecho de monedas plateadas, tan azul, como un trocito de manto.”

           

            Manuel observa para sí: “¡Hombre, una novedad!  Ha convertido las pesetas a euros…”

           

            “Ambos, en comunión espiritual, sentíamos el mismo arrebato místico. Aunque recataba  el gesto evitando toda ostentación, de reojo observaba el efecto causado en párroco y monaguillo. De regreso al banco, me parecía flotar en estado de santidad, henchido de amor fraterno.

 

            Con perenne  oscilación de cabeza, paciente,  el amigo  espera a que Leandro se reponga de la congoja.  Siempre, en el mismo  punto del relato se   le enturbia la voz.  Le sigue emocionando el acto ante el Niño Jesús.

 

            “A la salida, los tres repartíamos  las monedillas cobrizas que tanto detesto.  Les dábamos limosna  a todos, salvo a los extranjeros; bastantes pobres nacionales poseíamos.  Los negros y  rumanos  que pidieran  en sus iglesias, si es que tenían... ¡Que satisfacción, saberse en el recto  camino hacia  la salvación…¡

            La fiesta de Fin de Año no me gustaba: estaba totalmente contaminada de rituales de dudosa procedencia. Transigía en la tradición de las uvas por ser del país, aunque el toque de superstición no me agradaba en absoluto.  Hasta la aparición de  los Michelin,  fue la única excentricidad  permitida  en aquel hogar como Dios mandaba. Al enviudar Pierre, Maripili, por pura caridad, empezó a invitarle a casa.

            La primera vez,  regaló a mi mujer unas bragas de lencería fina en rojo. Por no desairarle al ser extranjero, las aceptó  con ruboroso embarazo. Al año siguiente Michelin  completó el conjunto con el sujetador…¿Cómo se habría enterado de la talla…? Hoy en día me lo sigo preguntando…

             Maripili, para no parecer menos europea , aportó la cucharadita de lentejas; al siguiente Fin de Año, enriqueció el  cava   con algo en oro  para brindar. Recién sonadas las  12 campanadas,  Pierre  retiró  del meñique la alianza de su extinta y la echó en su copa. Puesto en pie,  levantando la  bebida  se dirigió a la anfitriona: “Por Maripili,  alma generosa  y bondadosa; que  tanto consuelo ha aportado a mi duelo. ¡Gracias mil  dama gentil!!”. Y a ella se le saltaron las lágrimas…

            La postrera aportación  causó el fatal  desenlace  de aquella noche de brujería. De la lámpara del salón había colgado  el muérdago de la suerte.  So pretexto de felicitarle el año y ratificar la superación de la viudedad, el francés condujo a Maripili, de la mano,  bajo aquel yerbajo de mal augurio.  Como el beso en la boca parecía no  llegar a término,  un poquito celoso me acerqué a ellos. Me sentía con derecho a reclamar  mi ración de buena suerte. Tras mi  leve roce en el hombro,  Maripili se volvió y  abandonada  al abrazo del  viudo me espetó:“ Leandro, te abandono; nos vamos a Jamaica. Te devuelvo el rosario de tu madre, y quédate con todo lo demás…”

            Si,  Manuel, tras aquel beso de pasión inmoral,  dominada por la lujuria de la carne, partió.  No le importaron mi dolor, los  cuernos ni el pecado que arrastraba.

             Doy fé: odio las obras de caridad, el amor fraterno, los óbolos y limosnas, las tradiciones nacionales y extranjeras. Sobre todo las extranjeras…”

           

            --Te has comido lo de la peste…

           

            -- Es verdad; gracias, Manuel.  Por la caridad llegó la peste… ¡Qué bien me hace charlar contigo…!  Ya te llamo para las próximas navidades…

 

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