La grandeza de la diversidad.
Liberados ya de la escuela, mi pandilla, hacíamos distintas excursiones por los alrededores de San Nicolás, unas veces asediamos
al santuario de la virgen del Rosario, otras nos íbamos a la isla, y las más nos quedábamos en la zona de recreo junto al Paraná
Cada uno de los ocho llevaba una tartera con comida típica de su país de origen, reponíamos fuerzas y después charlábamos de
nuestras cosas Cosas pueriles, pero que para nosotros eran vitales, compartíamos recuerdos y añoranzas la familia que quedó al
otro lado del charco nuestros planes para cuando fuésemos grandes, y casi todos contábamos a los demás como eran nuestros países
y ciudades, yo les hablaba de los pocos recuerdos que tenía de Madrid, Genil de los valles asturianos, lo más bonito del mundo, decía
él.
Las tardes parecían eternas, cantábamos villancicos, bolivianos, españoles, italianos, e invariablemente terminaba la tarde con unos
bailes, Cumbias Chacareras, Ceci y yo, nos mandábamos una cueca, Ceci era una extremeña flaquita y con unos ojos negros como dos
gotas de tinta.
Así transcurrían los días de asueto de Navidad juntos y a la vez diversos, pero sobretodo compañeros y buenos amigos.
FIN
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