martes, 23 de octubre de 2012

Textos antiguos: Estrella Álvarez "Una feroz sentencia"


         UNA FEROZ SENTENCIA
Un día negro, negrísimo, de esos que frecuentan mi envoltura hasta hacer caer las neuronas en picado, marche de casa y me deje llevar en un autobús de extrarradio, hasta el fin de no sabía dónde. Hice pie y sin volver la mirada, camine sin tregua como impulsada por un resorte. Un gran descampado me abría sus puertas, allí tirada y con el cielo por testigo, me descargue como una de esas tormentas tropicales, que arrasan todo en un instante. ¡Hombres, hombres! Me decía, ¿Por qué a mí? ¡Oh señor, señor! ¿Qué le hice yo, o que le hicieron otros, para volcar en mí su venenosa inquina?
Y atrapada en un tortuoso caos, mi cerebro, quedo vacío de todo contenido, donde lo humano y lo divino, se pierden el  tiempo.
En mi embriaguez profunda, quede largo rato clavada en la firme llanura, como si la tierra tirara de mí para impedir mi regreso.
Anochecía, desorientada y febril (entre el lejano horizonte y mi desnudez mental) sentí que un extraño vaivén me adormecía. En ese estado de sopor una voz interna me advertía ¿Por qué te instalas en este desértico lugar, frágil mujer? Sal de aquí, no hay nada, ni árboles, ni pájaro, ni lagartijas que recorran tu cuerpo con sutil caricia. Nada, nada, ni un latido. Lo sé... lo sé, nada, nadie, ni una ráfaga de viento que me empuje con su fría arrogancia. Nada, nadie, estoy sola, sola y fue suyo ese instante.
El negro manto del ocaso la recogía en su sombra.
Pasadas varias horas en el templo de la paz, una gran sacudida desplazaba su cuerpo violentamente. Llena de espanto y entre tinieblas, exclamó:
- ¡Dios mío! ¿qué es esto?, ¿dónde estoy?
No lo sabía, porque la eterna maraña en la que estaba presa, volvía a enganchar los hilos en su espinosa existencia.
En su oscuro aturdimiento, las luces de los coches le devolvían al punto de partida. Temblando de terror, introducía la llave en la cerradura. Lentamente empujaba la puerta. Un leve crujido alertó a la fiera, que saltó del cubil dando estallidos como volcán en llamas.
Los atronadores y vejatorios despropósitos, se fundían con el derrame de la lava ardiente de su boca.
Solo dos frases tangibles vibraban en los oídos de los temblorosos muros.
Ríe, ríete fuerte, porque esta será la última vez que escaparas de mí, perra maldita.
En su feroz sentencia, al levantar la pesada maza, cayó fulminado en su ataque de ira.
FIN

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