jueves, 11 de octubre de 2012
Textos antiguos: Maricarmen Colodrero "Pan"
Pan
Mari Carmen Colodrero
Noviembre 2010
Hacía una mañana de otoño tan bonita que decidí coger la mochila
con unos bocadillos sin miga, una manzana y una Coca Cola.
Andando, andando, me alejé bastante de Robledillo del Palmar y
llegué a un soto donde las ovejas y algunas cabras pastaban en
silencio, la verdad es que el silencio era excesivo y por los
contornos no se veía al pastor.
Me dirigí a la derecha por un sendero que penetraba en la sombra
clara de uncastañar , que no parecía obra de la Naturaleza,
sino una obra de arte, una pintura.
Al volver bruscamente el camino, tropecé con lo que menos
esperaba: Un monumento.
Se trataba sin duda de la obra de un escultor genial por su
veracidad, ya que de inmediato reconocí en la efigie el rostro
inconfundible del eminente Alcalde de Robledillo del Palmar, el
cual era más eminente por la abundancia de sus rebaños de ganado
lanar, que por su labor cívica.
A pesar de que la mandíbula inferior estaba adornada por una
barba rarísima, entre asiria y de macho cabrío, no cabía la menor
duda de que era él.
Eran ya las dos y cuarto y mis jugos gástricos estaban en
ebullición, así que, con una reverencia al prócer, saqué el
primer bocadillo, que resultó ser de tortilla francesa y me senté
en una piedra para continuar la contemplación de la escultura.
Don Pancracio, que así se llama el Alcalde, cubría a medias su
cuerpo con una túnica, toga, clámide, ( o lo que fuera ), que
dejaba al descubierto el brazo izquierdo y caía con negligencia (
sostenida de puro milagro, sobre el hombro derecho ), hasta la
cintura, cubriendo totalmente las piernas, sin que hubiera plena
certeza de dónde estaban los piés.
Entonces recordé que, según la voz del pueblo, el pobre tenía
unos juanetes no dignos de ser expuestos en unas sandalias de la
Arcadia.
Otro mordisco al bocata de tortilla. El escultor se había lucido
en el torso. Correspondía a un hombre joven, musculoso y
depilado; a quien no correspondía era a Don Pancracio, que tenía
sesenta y cinco años.
Guardé la mitad del bocadillo y saqué el otro, que era de cinta
de lomo adobada. Aquí la cosa se puso difícil, porque el brazo
derecho estaba apoyado sobre una especie de monolíto adosado a la
pierna diestra. El dicho monolito presentaba unas formas, como
canaladuras , y justo sobre la pierna lo que bien pudiera ser un
trozo de tubería.
El de lomo estaba mejor que el de tortilla. En esta parte del
bloque de pedrusco, tenía que haberle pasado algo al escultor: o
la piedra no le permitía ejecutar sus deseos, o habían dejado de
pagarle, o se había vuelto loco. Era tal mi curiosidad por este
trozo de la mole, que dejé el bocadillo sobre la piedra y me
acerqué a ver si averiguaba algo, llegando a concluir que, o era
una lira sin terminar, o una flauta inservible.
Dos hormigas estaban probando mi almuerzo. Les pedí por favor que
se retiraran y, como lo hicieron, les puse un trozo de pan en el
suelo.
El brazo izquierdo si que era difícil de interpretar. Tenía un
ángulo incierto y una disposición ambígüa. No estaba claro si,
aquello que llevaba en la mano extendida, se lo estaba ofreciendo
a algún dios pagano, si invitaba a los amigos, o si sólo estaba
haciendo propaganda.
¿Qué objeto sostenía?. Era redondo, como de cinco centímetros de
grosor y por completo liso en su superficie externa. Los panes
suelen tener costra con diversos resaltes. Parecía otra cosa...
Como yo, intrigada, miraba el apéndice superior izquierdo desde
todos los ángulos, me llamó la atención algo...no se qué...debajo
de la tetilla de ese lado.
No se si sería la luz, el viento o qué cosa, pero sentí que en
aquel sitio latía la vida. O sea el corazón.
Esta vez guardé la comida en el macuto y saqué la lupa de mano.
En efecto había algo, pero no era un corazón.
Era una inscripción de letras diminutas: Quesos Pancracio. Con
una dirección y un teléfono.
Pan
Mari Carmen Colodrero
Noviembre 2010
Hacía una mañana de otoño tan bonita que decidí coger la mochila
con unos bocadillos sin miga, una manzana y una Coca Cola.
Andando, andando, me alejé bastante de Robledillo del Palmar y
llegué a un soto donde las ovejas y algunas cabras pastaban en
silencio, la verdad es que el silencio era excesivo y por los
contornos no se veía al pastor.
Me dirigí a la derecha por un sendero que penetraba en la sombra
clara de uncastañar , que no parecía obra de la Naturaleza,
sino una obra de arte, una pintura.
Al volver bruscamente el camino, tropecé con lo que menos
esperaba: Un monumento.
Se trataba sin duda de la obra de un escultor genial por su
veracidad, ya que de inmediato reconocí en la efigie el rostro
inconfundible del eminente Alcalde de Robledillo del Palmar, el
cual era más eminente por la abundancia de sus rebaños de ganado
lanar, que por su labor cívica.
A pesar de que la mandíbula inferior estaba adornada por una
barba rarísima, entre asiria y de macho cabrío, no cabía la menor
duda de que era él.
Eran ya las dos y cuarto y mis jugos gástricos estaban en
ebullición, así que, con una reverencia al prócer, saqué el
primer bocadillo, que resultó ser de tortilla francesa y me senté
en una piedra para continuar la contemplación de la escultura.
Don Pancracio, que así se llama el Alcalde, cubría a medias su
cuerpo con una túnica, toga, clámide, ( o lo que fuera ), que
dejaba al descubierto el brazo izquierdo y caía con negligencia (
sostenida de puro milagro, sobre el hombro derecho ), hasta la
cintura, cubriendo totalmente las piernas, sin que hubiera plena
certeza de dónde estaban los piés.
Entonces recordé que, según la voz del pueblo, el pobre tenía
unos juanetes no dignos de ser expuestos en unas sandalias de la
Arcadia.
Otro mordisco al bocata de tortilla. El escultor se había lucido
en el torso. Correspondía a un hombre joven, musculoso y
depilado; a quien no correspondía era a Don Pancracio, que tenía
sesenta y cinco años.
Guardé la mitad del bocadillo y saqué el otro, que era de cinta
de lomo adobada. Aquí la cosa se puso difícil, porque el brazo
derecho estaba apoyado sobre una especie de monolíto adosado a la
pierna diestra. El dicho monolito presentaba unas formas, como
canaladuras , y justo sobre la pierna lo que bien pudiera ser un
trozo de tubería.
El de lomo estaba mejor que el de tortilla. En esta parte del
bloque de pedrusco, tenía que haberle pasado algo al escultor: o
la piedra no le permitía ejecutar sus deseos, o habían dejado de
pagarle, o se había vuelto loco. Era tal mi curiosidad por este
trozo de la mole, que dejé el bocadillo sobre la piedra y me
acerqué a ver si averiguaba algo, llegando a concluir que, o era
una lira sin terminar, o una flauta inservible.
Dos hormigas estaban probando mi almuerzo. Les pedí por favor que
se retiraran y, como lo hicieron, les puse un trozo de pan en el
suelo.
El brazo izquierdo si que era difícil de interpretar. Tenía un
ángulo incierto y una disposición ambígüa. No estaba claro si,
aquello que llevaba en la mano extendida, se lo estaba ofreciendo
a algún dios pagano, si invitaba a los amigos, o si sólo estaba
haciendo propaganda.
¿Qué objeto sostenía?. Era redondo, como de cinco centímetros de
grosor y por completo liso en su superficie externa. Los panes
suelen tener costra con diversos resaltes. Parecía otra cosa...
Como yo, intrigada, miraba el apéndice superior izquierdo desde
todos los ángulos, me llamó la atención algo...no se qué...debajo
de la tetilla de ese lado.
No se si sería la luz, el viento o qué cosa, pero sentí que en
aquel sitio latía la vida. O sea el corazón.
Esta vez guardé la comida en el macuto y saqué la lupa de mano.
En efecto había algo, pero no era un corazón.
Era una inscripción de letras diminutas: Quesos Pancracio. Con
una dirección y un teléfono.
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