EL RENUNCIANTE
María D. de León
La mano se dispara y rasca con fruición entre la crespa cabellera:
“!Como pican
hoy estos malditos!” De súbito se detiene horrorizado:
“!Me estoy apegando al placer derascar!
¿Qué diría el maestro? Le pediré consejo.
Con
parsimonia retuerce un mechoncillo en tirabuzón. Piensa en sus técnicas para
aquietar la mente: “Además del bucle, la
barba resulta fuente de relajación y paz. Me sosiega palparla, sondearla y extraer miguitas
de pan, granos de arroz, algún que otro
fideo… Ciertos restos me gusta
conservarlos, enriquecen su textura, le dan cuerpo. En verano, las moscas que
acuden golosas me ayudan a ejercitar la paciencia.”
Oye
la puerta abrirse. Entorna los ojos y finge meditar. Alguien
se asoma. Una voz
distorsionada por un pañuelo inquiere: “Hijo ¿vas a comer?
¿Te traigo algo?”
“Desde
hace tiempo la familia me evita, sobre todo en las comidas. Les debe resultar penoso contrastar
mi nivel de desapego con su avidez
terrena. Fiel a mi determinación, quiero
ocupar
todo el tiempo en cultivar mi espíritu. Ahora, libre de obligaciones,
evolucionaré con mayor celeridad. El jefe del taller, ajeno a toda sensibilidad, me ha despedido.
Aduce falta de rendimiento. Según él, debido a mi habitual estado ausente.
Por otra parte alega las quejas
de mis compañeros: nadie quiere
trabajar en mi proximidad. He tratado de explicarle las razones místicas
de mi actitud. No me ha escuchado. Se ha limitado a añadir: El mono, puedes quedártelo. De ninguna manera habría
accedido a desprenderme de él. Llevamos casi siete meses de
intimísimo contacto, piel contra tejido. Me gusta
esta tonalidad entre azafrán y canela.
La pátina acumulada simboliza mi
perseverancia en el recto camino.
Siento
compasión por ellos: ningún colega accedió a estrecharme la mano. ¿Qué tienen
mis manos?” Se las mira. Han adquirido un tono de pan quemado; la franja negra que remata las uñas estiliza los dedos. No aprecia nada innoble en ellas.
“Día a día evoluciono. Estoy humildemente orgulloso.
Hasta he dejado de pensar en Puri,
la malvada que me ha abandonado. Ella
tampoco ha captado mi opción mística. De poco
le ha servido practicar yoga y leer el Bhagavad-Guita. Ahora me alegro. Yo reconozco y sé protegerme de las tentaciones de la sociedad materialista. Sin embargo, ella ha sucumbido: “Quítate ese mono mugriento, apesta: báñate; aféitate; córtate el pelo y las uñas; ponte ropa limpia…” Me rompía la
armonía interior. No estoy dispuesto a renunciar a mi renuncia., Sigo los pasos de
Buda. Pese a quien pese soy un renunciante,
un Shadu
vallecano.”
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