martes, 28 de mayo de 2013

María Dolores León "El renunciante"

                                               EL  RENUNCIANTE
                                             María D. de León
                                              
           La mano se dispara y rasca  con fruición entre la crespa cabellera:
 “!Como pican  hoy estos malditos!” De súbito se detiene  horrorizado:
“!Me estoy apegando al placer derascar! ¿Qué diría el maestro? Le pediré consejo.

            Con parsimonia retuerce un mechoncillo en tirabuzón. Piensa en sus técnicas para aquietar la mente: “Además del bucle,  la barba  resulta fuente de relajación  y paz. Me sosiega  palparla, sondearla y extraer   miguitas de pan,  granos de arroz, algún que otro fideo… Ciertos restos  me gusta conservarlos, enriquecen su textura, le dan cuerpo. En verano, las moscas que acuden golosas me ayudan a ejercitar la paciencia.”

            Oye la puerta abrirse. Entorna los ojos y finge meditar.  Alguien  se asoma.  Una voz distorsionada  por   un pañuelo inquiere: “Hijo ¿vas a comer? ¿Te  traigo algo?”
            “Desde hace tiempo   la familia  me evita, sobre todo en las  comidas. Les debe resultar penoso contrastar mi nivel de  desapego con su avidez terrena.  Fiel a mi determinación, quiero  ocupar  todo el  tiempo  en cultivar    mi espíritu. Ahora, libre de obligaciones, evolucionaré con mayor   celeridad.  El jefe del taller,  ajeno a toda sensibilidad, me ha despedido. Aduce   falta de rendimiento. Según él, debido a mi  habitual estado   ausente.  Por otra parte  alega las quejas de  mis compañeros: nadie  quiere  trabajar en mi proximidad. He tratado de explicarle las razones místicas de mi actitud. No me ha escuchado. Se ha limitado a añadir: El mono,  puedes quedártelo. De ninguna manera habría accedido a  desprenderme de  él. Llevamos casi siete  meses de  intimísimo contacto, piel contra tejido.   Me gusta  esta tonalidad entre azafrán y canela.  La pátina acumulada  simboliza mi perseverancia en el recto camino.
            Siento compasión por ellos: ningún colega accedió a estrecharme la mano. ¿Qué tienen mis manos?” Se las mira. Han adquirido un tono  de pan quemado; la  franja negra que  remata  las uñas estiliza  los   dedos. No aprecia nada  innoble en ellas.

            “Día  a día   evoluciono. Estoy humildemente  orgulloso.  Hasta he   dejado de pensar en Puri, la malvada que me ha   abandonado. Ella tampoco ha captado mi opción mística. De poco  le ha servido practicar yoga y leer el Bhagavad-Guita.  Ahora me alegro. Yo  reconozco y sé  protegerme de las tentaciones de la  sociedad materialista. Sin embargo, ella   ha  sucumbido:  “Quítate ese mono mugriento, apesta:  báñate; aféitate; córtate el pelo y   las uñas; ponte ropa limpia…” Me rompía la armonía interior. No estoy dispuesto  a   renunciar a mi renuncia., Sigo los pasos de Buda. Pese a quien pese soy un  renunciante, un  Shadu  vallecano.”







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