martes, 14 de mayo de 2013

María Dolores León "Libros"

 
     LIBROS
       María D. de León
      Madrid, 16.05.13
 La joven toma de la librería  de su padre un libro de lomo negro: “Muerte en Navidadl” de John Charles Parrish.  Ojea el ejemplar: “¿Se tratará de una no vela policiaca?.  Lee la sinopsis: “La víspera de Navidad, Jonathan Smith, parado de larga duración se dirige  a su casa feliz por haber conseguido el contrato de sus sueños. Su mujer enferma de cáncer y sus cuatro hijitos aquejados de tuberculosis esperan en casa, con ansiedad, los resultados de la entrevista de trabajo.  Deseando llevarles, por fin, una buena noticia cruza la calle corriendo. Un coche le atropella y muere en el acto…”
 Mary no se siente capaz de continuar. Bastantes dramas cuenta  la familia. Al padre le recortan el salario, a la madre le suben la vida cada día, al abuelo se la tiene jurada la Seguridad Social 
  Busca otro mas apetecible. Va leyendo: “Confesiones de un asesino”, “La cuerda del  verdugo”, “Última noche en el corredor de la muerte”…  Todos del tal Parrish,  Sigue buscando: “Relatos cortísimos”. , Será difícil en este  no encontrar algún  cuentito de su agrado. Piensa que si le aburre uno, puede intentarlo con otro.
 El primer relato se titula “¿Recuerdas…?”  de Leonuska Davidova..

 “Quiero volver a aquella playa. ¿Recuerdas? Como palaciegos  de antaño seguíamos el protocolo de la corte  del rey Sol. Le atendíamos cuando anochecido anunciaba su retirada.   En los amaneceres todo resultaba más relajado. Sólo acudíamos los incondicionales. Imitando a los franceses, llamábamos  a estas ceremonias palaciegas “le coucher” y “le lever” del rey solar. Nos reíamos.
 Por la mañana, el soberano vestía  tonos claros, pastel, sin estridencias.  Amanecía  con  un no sé qué de inocencia  juvenil. Pronto las  muestras de suficiencia, henchidas de calor, nos invitaban a retirarnos.
 ¡Qué distinto se mostraba al final de la jornada!  Usaba mil artificios para retener nuestra atención. Con  el transcurso de  las horas  recobraba el poder de seducción que  venía  ejerciendo desde el principio de los tiempos. Tandas de adoradores con el  óbolo  de su piel virgen se sucedían, ajenos al sufrimiento.
  A veces la chaqueta en rojo de sanguina, le daba un aire de galán maduro. ¡No te burles¡
 ¿Recuerdas? Te pedía que me sujetaras fuerte... Temía no resistir a la fuerza hipnótica que ejercía sobre mi.  Gritaba: “¡Mírame, admira mi poder. Ven!”.  Un  pasillo alfombrado de limones y naranjas alcanzaba la orilla, a nuestros pies.
 Poco a poco aflojaba la tensión, vencido por el  cansancio.
 ¿Le  amenazaría la soledad de la noche? ¿Qué haría si el fin del mundo le encontrara solo?  El peso de la melancolía apagaba  los rayos postreros.
 Entonces entrábamos en acción.  Tu extendías el dosel de horizonte a horizonte. Si, el que tanto me gustaba,  el de fuego, violetas e índigos. Te insistía: “¡Ténsalo bien, cuidado con las  arrugas…!” Le  había bordado en realce nubecillas rosadas, estrellas  de plata y pájaros del ocaso.
 El último rayo, el que aseguran  verde, lo lanzaban tus ojos fijos en los míos. 
 Veladuras de terciopelo protegían  las rocas del relente marino. La playa  se complacía  del añil de su traje de fiesta. Para San Juan se engalanaba. Le gustaba hacer notar el collar de gruesas piedras, regalo del mar. Gemas  de fuego le encendían   el escote.
  De jazmines se perfumaban los anochecidos. Un calosfrío de brisa de las salinas nos llevaba a los abrazos. Yo te decía: “Envuélvete el cuello en estas madreselvas, la voz se te puede dañar.  A estas horas somos más vulnerables”. Aceptabas el juego riendo.
 Susúrrame de nuevo, quedito, los secretos que te contó la caracola indiscreta.
 En aquella  playa, en el cuenco de tus manos, quiero volver a anidar y engendrar nuevos  recuerdos.”
 A pesar de entender a medias,  le resulta poético, amable.  A ver el siguiente: “Ligue en carnaval”, este promete, piensa, y se enfrasca en la lectura.



  

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