Testigo
de un suceso
3 mayo
2013.
Ante el
edificio de mi dentista compruebo la hora.
¿Cómo
ha podido pasarme esto?. Llego con una hora de antelación.
Recuerdo
que un poco más adelante en esa misma calle hay unb bar-cafetería muy límpio y
agradable.
Por las
amplias ventanas de cristales ambarinos la luz primaveral refuerza los tonos
dorados de la barra y las mesas y sillas de madera de pino. El gran espejo al
fondo de la barra también está contaminado de ese agradable fulgor.
Según
se entra a la derecha, delante de una de las ventanas, cuatro hombres de
avanzada edad juegan al dominó.
En el
lado contrario, ante otra de las ventanas, cuatro señoras hablan animadamente.
En la
barra , de pie, dos hombres de mediana edad se están mirando, en este momento ,
con fijeza. Aún no les han servido.
Elijo
para sentarme una banqueta situada al lado de la caja.La cajera , rubia de
frasco y de moreno artificial, me da las buenas tardes sonriendo.
El
camarero pone sobre la barra, ante los dos clientes, que siguen callados, dos
copas de sol y sombra y un par de sobres de cerillas propaganda de la casa.
Yo ,
cuando se acerca le pido una Coca-Cola Ligh, y me guardo el sobrecito de las
cerillas.
Como no
tengo nada que hacer, porque el libro que estoy leyendo se me ha olvidado en casa,
empiezo a observar discretamente lo que pasa a mi alrededor.
A dos metros
a mi izquierda está la espalda de uno de los hombres y cuando toma la copa para
beber, veo su perfil enérgico de mejillas lampiñas pero azuladas por la
intensidad de su barba. Tiene una nariz de boxeador, chafada y algo
arremangada. El pelo, abundante y demasiado negro, está peinado hacia atrás y es
bastante largo en la nuca.
Lleva
un pantalón negro y una cazadora beig .
Como si
hubiese notado mi mirada tras él, se vuelve de manera súbita y clava en mi sus
ojos negros con una expresión que soy incapaz de interpretar.¿Inquietante?. ¿Le
molesta mi presencia?.
Me he
vuelto completamente hacia la puerta, como si me pudiese interesar quien entra.
A mi
espalda escucho la conversación en voz muy baja, pero clara, entre el barman y
la cajera:
-¿Te
acuerdas de esos dos?.
-Si
–responde ella- y también me acuerdo de
la mujer…Me parece que el marido es el de la nariz ancha.
-¿Y el
otro? –pregunta el camarero- Por lo cariñosa que estaba la otra tarde con el
canoso son, algo más que conocidos.
Uno de
los señores que juegan a las cartas, levanta los dedos en forma de v hacia la
mesa de las señoras.
Una de
ellas le hace un gesto con la mano dándose por enterada. Otra a sacado una
labor de punto, sobre la que se producen comentarios mientras se la pasan de
unas a otras.
El
hombre moreno se ha apoyado de costado en la barra y puedo ver el aspecto de su
acompañante:
Va muy
atildado con un pantalón marrón y una americana verde oscuro, debajo de la que
se ve una camisa de cuadro pequeño en verde.El pelo entrecano muy límpio.
Rostro alargado sin nada que destacar más que ojos muy tristes y barba corta
tan cuidada como el pelo.
El que
me da la espalda dice de pronto:
- Así
que ahora te has vuelto desconfiado. Sabes que ese dinero te lo devolveré en
cuanto pueda.
-No es
que desconfíe, es que ahora lo necesito –responde el de la chaqueta verde.
Se
produce un silencio incómodo, y yo me giro en la banqueta hacia la caja para
que no parezca que les oigo.
Se oye
una risita desagradable.
El de
aspecto de boxeador continúa :
-Ella y
tu si que sois tontos. Llebo unos meses encontrando sobre mi mesilla de noche
las cerillas de este bar. Y no soy yo quién las deja allí.
Eres
muy descuidado.
El otro
palidece de súbito. Va a contestar alguna cosa.
Entonces
veo el rápido movimiento de la mano derecha hacia el bolsillo de la cazadora.
Un
clic. Una exclamación ahogada del de la barba.
El
movimiento brusco de la espalda y el hombro al atacar.
La
víctima se ha doblado, echa la cabeza hacia delante y su agresor saca la navaja
del vientre para sujetar con ella la garganta del herido.
A la
vez que un chorro rojo mancha el cuidadoso aspecto del hombre de las canas, el
de la nariz chafada da un salto atrás y hacia su izquierda,alejándose de la
barra, pero, ahora más cerca de mi
Luego
todo sucede a la vez: Arrastrar brusco de sillas. Gritos histéricos de las
seññoras. El camarero llamando a la policía. La cajera que sale con rapidez de
detrás de la barra y me arrastra para que me siente en la banqueta que ocupaba
ella.
El
asesino mira con una media sonrisa al cadáver desmadejado entre un charco de
sangre.
-Te
está bien empleado, hijoputa.
Sin
echar ni una mirada a su alrededor y empuñando la navaja, pero milagrosamente
sin una mancha, el criminal huye a toda velocidad , con tanta violencia que
rompe los cristales de la puerta.
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