lunes, 11 de febrero de 2013

María Dolores León "El rebelde"

    EL REBELDE
    María D. de León
       Madrid, 12.02.13
 El calorcillo baja de intensidad. Abre el ojo: un desconocido parado ante él le está privando del sol de otoño. La intensidad de la  medio mirada, harto elocuente,  aleja unos pasos al intruso. Éste elige otra zona soleada para sentarse.
 “¡Vaya “pasmao”!. Fijo,  se ha perdido”- piensa y  trata de volver al  estado de beatitud. Desprecia a tipos de semejante pelaje: “Un romano,  no hay mas que verle: relamido,  collarcito al cuello...  Los de su especie me dan grima… Mientras no me quite el sol ni intente abordarme,  a mi como si se cuelga un cascabel.”
 Pero,  el recién llegado  le ha sacado del  estado de nirvana. La mente se  activa: “El tio no me ha molestado a conciencia; detecto su  vigilancia, pero  no ha   intentado  abordarme de nuevo.  Sin embargo, me turba. Me trae a la memoria  recuerdos  del pasado.”
  Se ve disfrutando, en su ignorancia,  del sometimiento. Romper el yugo de la dependencia  acarreó un sinfín de  pérdidas: cariño, confort, seguridad…  Se relame evocando el perfume  de ciertas golosinas.
  Es posible que la vida de aquel individuo, blandengue y tímido, fuera similar a la que él disfrutó. Todo se controlaba, se regulaba: los menús, la libertad de movimiento, las prohibiciones, el sexo, las visitas al médico, las caricias... Y eso que a él no se le engatusaba con facilidad.  Se saltaba a voluntad las normas.
  Don Pío, el abuelo de Laurita y Jorge, que entendía  mucho de rebeldía y de inconformismo,  le llamaba bárbaro: “Atila, tu no eres un romano, sino un bárbaro salvaje. A ti no hay quien te domestique.” Se había quedado con aquel apelativo; le gustaba.  Oyó decir, que el abuelito, hombre muy leído, repetía desde joven: “Prefiero ser el primero entre los bárbaros que el segundo entre los romanos…” Pues si señor, asi pensaba él también.
 ¿Qué le impulsó a abandonar la casa?  “En la calle uno está solo. Sin buscarlo, cuando menos se espera,  surge un rival. Se compite por  la  pieza mas suculenta,  el territorio, la mejor chica.  Importa el dia, el momento, el aquí y el ahora.. Si tengo hambre y puedo,  como. No  acumulo para un mañana que  no existe. Tengo sed y el agua de cualquier fuente me basta. Ando ligero de equipaje, sin atadura. Amo cuando me lo pide el cuerpo”.
  Se ha curtido, ha perdido un ojo y dos dientes, cojea, surcos y peladuras como grafitos recorren la piel. Hoy se le tiene por el más fiero y  nadie se le enfrenta.
 “He vuelto a perder el hilo: cosas de la edad. Elegí la existencia del forajido. He adelgazado, la musculatura se ha  fortalecido, me he  recuperado del anquilosamiento de la felicidad. El estado de alerta constante me ha devuelto   la astucia y el instinto atribuidos a los de mi especie. Estar tuerto ha estimulado le agudeza del oído y del olfato.
 A pesar del tiempo transcurrido, y reafirmado en  mi decisión,  aquella imagen se mantiene nítida en la mente.  Si, los celos provocados por aquel pequeño ser fueron el detonante.”
 Un repugnante  cachorro de Golden retriever, descolorido, torpe y meón, le había  destronado. Nadie atendía a  las demandas de caricias, olvidaban reponer el agua y a veces hasta de abrirle la lata de la comida.  Si se orinaba en la alfombra, para llamar la atención, le restregaban el hocico por el cuerpo del delito: un asco.
 El amor propio le impulsó a  recuperar su  estado primigenio de salvaje callejero. Se acabó eso de romano   domesticado  como  dicen  los expertos.”
    Estas consideraciones le han  confirmado lo acertado del cambio.  A veces, en momentos de debilidad   las dudas le atormentaron reprochándose las consecuencias de un orgullo infantil.
  Atila, el gato romano de otros tiempos, se despereza y ronronea con satisfacción: “Igual convierto a ese novato reprimido   en un  ser libre a mi imagen, semejanza y  servicio.  Dentro de poco necesitaré ayuda.  Tiene gracia,  de ser el primero entre los bárbaros,  pasaré a ser, también, el primero entre los romanos.”
 A penas una oscilación  del rabo levantado en arco indican   al futuro acólito que el maestro le invita a  acercarse. El adoctrinamiento  acaba de iniciarse.  

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