martes, 5 de febrero de 2013

María Dolores León "Justicia por amor"

  
      JUSTICIA POR AMOR
        María D. de León
   04.02.13
 “… Que Dios se apiade de mi.”
 Aquella sencilla frase le había impactado. Ordenando cosas  de su madre, había encontrado doblado en cuatro aquella hoja amarronada. A primera vista la tomó por  una misiva de enamorado. Se la había  acercado  a la nariz buscando restos de perfume. El tiempo la había impregnado  de olor a moho.  El estado del papel exigía delicadeza en la manipulación. 
 Los renglones apretados, de letra pequeña y picuda,  resultaban difíciles de descifrar. La segunda lectura  la llevó a cabo  con mayor soltura. 

 “ Valencia, 12 de febrero de 1957
 Mi muy amada Lucía:
                    Mañana, por fin,  me ajustician. ¡Que se cumpla la sentencia de una vez! No aguanto por mas tiempo el suplicio de tu ausencia.
  No llores, la muerte por garrote vil es rápida, y si el verdugo tiene pericia, no  padeceré dolor alguno.
  Me han concedido esta última voluntad: pasar escribiéndote mi postrera noche. El lazo que une nuestras almas se ha reforzado con la distancia y las penalidades.  He cubierto de besos este humilde medio de comunicación. Tus labios encontrarán las huellas de los míos.
  Explícale a nuestra hija quien fue su padre y no el monstruo que los periódicos presentan.
  No me arrepiento de la decisión que un dia tomé; solo me duele, pobre mía, las afrentas y desprecios  que  has tenido que soportar.. Nadie ha entendido, salvo tu, la misión llevada a cabo. He librado a este país  de gentes lesivas para la comunidad. Asesinos a sueldo; Individuos con poder para arruinar, con total impunidad, al inocente; empresarios  que empujan con malas artes a un rival al suicidio por desesperación e impotencia;  chantajistas y difamadores que abocaron a personas honestas  a la marginación social; maltratadores y torturadores de ancianos y discapacitados… Tampoco me tembló  la mano ante los 
violadores  de niños y mujeres.
 Llevé  a cabo las ejecuciones sin saña ni crueldad. . Antes de asestarles la puñalada, cara a cara,  les enumeraba los cargos de muerte. Algunos, en esa iluminación que precede a la muerte tomaron  conciencia de su culpa: demasiado tarde.  El arrepentimiento quizás les fuera válido para el otro mundo. Algunos, de rodillas, con los ojos esparciendo  odio e ira, suplicaban clemencia en vano. No padezcas por ellos, Lucia: no sufrieron, mi navaja fue siempre  certera.
 He tenido mucho tiempo para meditar sobre mi  opción de vida. Sin duda,  nunca te sospechaste del sufrimiento que entrañaban para mi tus pesadillas, cuajadas de sollozos y  lamentos.  Noche tras noche revivías, y yo contigo,  los pasados abusos  del cacique del pueblo.  Eras una niña de doce años. Ante la negativa de tu madre a someteros ambas a sus vejaciones, os quitó todo medio de subsistencia. Carmencita había empezado a hacerse notar. El corazón de tu  padre no  resistió tantas desgracias. ¡Cuanto valor y dignidad mostrasteis!
.  A veces me reprochabas mi carácter taciturno. No  podía explicarte la razón. Estaba sufriendo una metamorfosis: iba a emprender una misión que ocuparía toda mi existencia.  El sacrificio por el semejante dignifica, y tu alma mia,  me habías  dado  las razones para convertirme  en un ser digno.
  Os quería tanto… El corazón siempre permaneció junto a vosotras. Mis fuerzas provenían de  vuestro cariño.  De no haberte encontrado, amor,  mi vida habría transcurrido plana, en estado de hibernación.
    A veces sueño con  una justicia sin artimañas  para exonerar a reos con poder; sueño que tanto el pobre como el rico serán iguales ante la ley; sueño con la libertad de pensamiento; sueño… ¡Bah, tonterías!
 Y no llores más, alma mía, alégrate por tu esposo: estoy tan cansado…  Ya no soporto el dolor de tu ausencia; te deseo con la misma intensidad del primer dia.
   No ver a nuestra niña  hacerse mujer y futura madre,  ha significado una pérdida muy valiosa. Si todavía no la conoce, cuéntale tu historia para que comprenda la mia, una historia de amor y sacrificio.
  Millones de minutos os he estado añorando.
   Amanece compañera del alma. Sé que no has dejado de  rezar por mi salvación: que Dios se apiade de mi.”
 Se trataba de la última carta del bisabuelo Felipe, del que nunca se hablaba en la casa. Dos lágrimas de piedad se unieron a las otras que condecoraban el papel. Con reverencia la protegió en un sobre y la devovió al anonimato de los viejos  documentos de familia.



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