martes, 19 de febrero de 2013

Maricarmen Colodrero "El samaritano y la ciega"

El samaritáno y la ciega
Era entre los últimos días de la primavera. Irene se había levantado aún más pronto de lo que solía para bajar por churros. Raúl había tenido una semana de mucho trabajo y le encantaba este desayuno los domingos, así que le dejó dormir.
Cuando regresó,  él ya se estaba duchando.Se preguntaron en voz alta, de habitación a baño, qué harían esa mañana.
Pues bien…ni limpieza, ni visita al Museo del Prado. Pondrían un CD de música clásica y se dedicarían sólo a escuchar.
Sobre el ambiente generado por las notas creadas por Mózart, Bach y Vivaldi retrocedieron dos años, rememorando sin hablar, el comienzo casual y el desarrollo de lo que se fue convirtiendo primero en un idilio y después en un amor sosegado y pleno.
Sentados cómodamente en el sofá, con las piernas estiradas sobre sendos pufs, dejaron que sus pensamientos discurrieran, como un manso río, paralelos y a la vez entrelazados.
Raúl se maravillaba de cuanto había cambiado su vida aquella mujer, y se sorprendía al recordar lo poco romántico que es el Metro para iniciar una relación amorosa. Pero así fue:
Aquel día que él regresaba del trabajo, quedó prendido de la imagen de una mujer ciega que probaba a tantear con el bastón en diversas direcciones del pasillo. Algo en la actitud de ella le hizo pararse y mirarla.
Sus movimientos eran resueltos, andaba con seguridad, sin encorvarse y había algo de muy inteligente en la forma de explorar el entorno. No recordaba haber sentido pena, sino más bien admiración. Ella no era especialmente bonita: Estatura mediana, algo llenita, unos treinta y cinco años. Facciones regulares,nariz respingoncilla,expresión tranquila…
De pronto se encontró a su lado preguntando:¿Puedo ayudarte en alguna cosa?.
Ella inmediatamente sonrió y él tuvo conciencia de que le gustaba que lo hiciera. Todavía recordaba el brillo divertido de sus ojos (cosa que nunca habría imaginado).
La sonrisa de ella se acentuó:
- Si.Por favor. Me he despistado y no encuentro el ascensor.Irene sabía por la ausencia de sonidos que estaban solos en aquel sitio, pero no sintió prevención ninguna. Era la voz grave y aterciopelada de un hombre joven y no pudo evitar imaginarlo atractivo, aunque bien sabía la poca fiabilidad de su impresión.
- Lo cierto era que Raúl era muy, pero que muy guapo. De hecho las chicas se pirriaban por él. Había sido siempre así y su corazón no sabía lo que era estar enamorado.
- En aquellos momentos Raúl pensó en Luisa que era una mujer bellísima, pero con una personalidad siempre vacilante, indecisa, que buscaba en un hombre el refugio para su inestabilidad.
Y de nuevo le sucedió aquel sentirse arrastrado hacia una acción y palabra irreflexivas:
- ¿Quieres que te lleve al andén, a la cabecera del tren, y así te sitúas haciendo lo que tienes por costumbre?.
El rostro de Irene se iluminó, estaba agradablemente sorprendida. ¡No me lo puedo creer! . – pensó.
- Ahora la admirada soy yo- le dijo-. Te lo agradezco mucho, pero seguramente tendrás otras ocupaciones…. No quiero interferir….
No es que Irene desconfiase, (ella lo recordaba bien). Era que la prudencia le indicaba que a pesar de su seguridad en si misma, era muy vulnerable. Al fin y al cabo, no  tenía ningún indicativo de su aspecto, lo que la habría podido orientar sobre cómo era aquel joven.
- Yo lo hago con mucho gusto. No vamos a tardar nada.¡Vamos!- le oyó decir.
Y luego:
- Agárrate a mi.
Me llevó con rapidéz y seguridad. No hablábamos.
- Ahora estás como si salieras de la primera puerta del primer vagón, tienes la pared al frente.
- Me dijo todo esto mientras , sin preguntar, agarró mi brazo, ni obsequioso, ni brusco. Con absoluta naturalidad.
- Enseguida llegamos al ascensor, habiéndome dejado él a mi aire.
- Todo fue igual de sencillo y espontáneo hasta salir a la calle.
- Perdona mi indiscreción – dijo él- ¿Vives por aquí cerca?. Ççççççççççççççsi quieres te puedo acompañar, yo voy a coger un autobús tres bocacalles más allá.
-  Yo  - respondió Irene -vivo un poquito más lejos de la parada del autobús que vas a coger, pero , a partir de ahí, conozco muy bien el camino. Te agradezco la intención, ya es mucha ayuda ir juntos hasta la parada del 9. Es tarde y quizá no has comido aún.
Él sentía la suave presión de los dedos de ella a través de su camisa. Todavía, al cabo de tanto tiempo,rememoraba el agradable calor de su mano.
- ¿Vienes con frecuencia en esta línea de metro?. ¿Vienes de trabajar?.
-  Si, - contestó Irene-. Trabajo para la ONCE vendiendo el cupón y otros juegos. Es estupendo tener una obligación todos los días y poder ser independiente.
-  ¿Y vives sola?. Perdona, soy muy indiscreto. No es que conozca muchos ciegos, pero Hay algo en ti…no se…te contemplo como a través de la admiración, tienes algo de misteriosa. No me hagas caso…no digo más que tonterías.
-  Ja,ja, ja. –rió ella verdaderamente divertida- . No hay nada de misterioso en mi, a menudo los que veis, nos rodeais con un halo que no existe. Algunos incluso creen que tenemos poderes especiales.
Irene estaba encantada con la compañía que le había proporcionado la suerte, pero su precaución mandaba y no le agradaba la idea de que un desconocido supiése dónde estaba su casa, por más que le cayera simpático.
Por eso, para alejar de si la atención, preguntó:
- ¿Y tu, vienes del trabajo?.
-  Si, pero ya he comido.Trabajo en Nuevos Ministerios. Soy funcionario. Ya sabes…llenas de polvo del ordenador las pestañas y manguitos a rayas.
-  No te creo, -se rió también Irene- Tanto tiempo ante un ordenador electriza los pelos de las cejas, y los manguitos ya no se llevan.
Pero Raúl quería saber e insistió.
- No desconfíes de mi. Perdona de nuevo. ¿Es posible que siendo ciego se pueda vivir solo?.
- Vivo con mis padres – mintió ella. Pero eso que a ti te parece imposible, no es más que paciencia, tenacidad, serenidad y entrenamiento.
Anduvimos unos minutos sin hablar, unidos sólo ppor el contacto de mi mano sobre su brazo. Un brazo que yo adivinaba con la musculatura justa y que me proporcionaba una sensación muy agradable.
- Me llamo Raúl – dijo él-, tengo 36  años y yo si que vivo solo. He salido un poquito mujeriego, mi madre no piensa más que en casarme, pero no estoy por la labor. Ya es suficientemente difícil la vida así, como para complicársela con una pareja estable.
-  Yo me llamo Irene, tengo 35 años y de momento, estoy muy bien con mis padres. Pero respecto a eso de las complicaciones, quizá te admires todavía más si te digo que conozco tres parejas de ciegos totales que están casados. Unos de ellos ya están esperando su tercer niño y no te creas que nadan en la abundancia.
-  Me estás dejando de piedra.
Estábamos llegando a la parada y yo no veía la ocasión para que ella me diera su teléfono. Toda mi experiencia con las mujeres no me iba a valer de nada.
Irene, mientras , pensaba algo parecido, con la diferencia argumental de que lo que a Raúl le parecía posible, a ella le parecía absolutamente alejado de su realidad.
Tengo pensamientos ilógicos , se decía Raúl, acabo de conocerla y mi intuición me dice que si insisto en pedirle el teléfono, me va a poner una disculpa. No entiendo lo que me pasa, me siento ridículo.
Y después de darse la mano, se separaron.Ella cruzó la calle y él creyó, viendo su espalda alejarse, que no volvería a verla.
Irene en el corto trayecto hasta su casa, se preguntaba cómo sería tener un novio o marido que viese. Pero por absurdo e irrealizable desechó ese pensamiento.
Sus manos habían permanecido  cercanas pero sin tocarse. El CD terminó.
Luego continuaron con algo mejor que la música.
FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario