martes, 12 de marzo de 2013

María Dolores León "Cara y culo"


                                                   CARA Y CULO
                                                 María D. de León
                                                 Madrid, 14.03.13                                                             

           
            En el andén de  Callao las dos mujeres se despiden.
            -- Bueno Rosario, a ver si no vuelven a pasar cinco años.
            -- Eso espero Estrella. Un dia de estos te llamo y quedamos para tomar un te.
            -- ¿Lo puedo cambiar por un gin-tonic?

             Ríen.  Tras sendos besos se separan. La una, como todos los jueves se dirige a Ragtime,  la discoteca donde se reune con un grupo de bailones de su edad. Rosario encamina con languidez sus pasos  al Real. Se siente feliz. Hoy le aguarda una buena dosis de tristeza.  Madame Butterfly siempre la hace llorar. Antes de sumergirse en el regodeo de la pena que le espera dirige un pensamiento a Estrella: “Esta chica rehusa  admitir su edad y su volumen.  Se empeña en exhibir redondeces de morcilla de Burgos. Y encima el traje en ese color tan  discretito. ¿Y el pelo…?”  Siente  un escalofrío al imaginarse a sí misma teñida de bombona de butano. Pasa la mano por la corta melena de un honesto gris ratonil. La sonrisa en curva descendente aumenta la melancolía  del rostro limpio de afeites. De reojo  ve  su reflejo en una puerta de cristal. Le gustan los tonos apagados en la gama de los tierra y   prendas holgadas  que no la opriman. A veces sueña con la invisibilidad. Sería  maravilloso desplazarse sin  que nadie reparara en ella. Se avergüenza un poco por  haberse detenido tanto tiempo en su contemplación. Antes de volver a la problemática de la japonesa  de la ópera, dedica un último pensamiento a su amiga: “A pesar de todo la tengo mucho cariño . Es una excelente persona.”

            Estrella taconeando con brio balancea sus redondeces fajadas en un traje verde pistacho. Vuelve con la mente a Rosario: “Esta mujer cada vez la encuentro mas tristona. No levanta cabeza desde la muerte de Alejandro. Y tan flaca… Debe tener  una talla 36 pero se empeña en nadar en una  44.” Suspira con un momentáneo aleteo de envidia. De natural optimista enseguida se recupera: “Si  yo quisiera con un poquito de sacrificio usaría la misma. Después de todo  solo me separan cuatro números. Pero no me quiero arriesgar: a nuestra edad se nos plantea un dilema: cara o culo. Yo desde luego lo tengo claro: cara. Hay que ver la pobre Rosario que surcos tienen. Y mira que es buena persona. Le tengo mucho cariño.” Se para ante un escaparate. La sonrisa de satisfacción ilumina la faz de luna llena , tan tersa que ni el más aguerrido surco rompería la uniformidad.  El traje tampoco tenía la oportunidad de hacer arrugas.  Se adhería a su anatomía como una segunda piel,sin obviar michelines ni  el estómago tan desconsiderado,  desbordado sobre el vientre. Este era el único detalle que la incomodaba un poco. Contrae los músculos… Algo gana la silueta, pero a  los tres pasos desiste y abandona.  La contención le produce fatiga. Se consuela: “En la discoteca hay poca luz.” Se vuelve al oir su nombre. Era Marcelo, con su chaqueta turquesa: “¿Dispuesta a quemar la pista?” Lo encontraba algo bajito para su gusto, pero resultaba un encanto. Estrella le sonrie coqueta  atusandose la cabellera rojo-naranja. Acepta el  brazo que le ofrece  y ambos  risueños y satisfechos   se internan en el local donde ya suena el primer  pasodoble de la noche.

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