CARA Y CULO
María D. de León
Madrid, 14.03.13
En el andén
de Callao las dos mujeres se despiden.
-- Bueno
Rosario, a ver si no vuelven a pasar cinco años.
-- Eso
espero Estrella. Un dia de estos te llamo y quedamos para tomar un te.
-- ¿Lo
puedo cambiar por un gin-tonic?
Ríen. Tras
sendos besos se separan. La una, como todos los jueves se dirige a Ragtime, la discoteca donde se reune con un grupo de
bailones de su edad. Rosario encamina con languidez sus pasos al Real. Se siente feliz. Hoy le aguarda una
buena dosis de tristeza. Madame
Butterfly siempre la hace llorar. Antes de sumergirse en el regodeo de la pena
que le espera dirige un pensamiento a Estrella: “Esta chica rehusa admitir su edad y su volumen. Se empeña en exhibir redondeces de morcilla de
Burgos. Y encima el traje en ese color tan discretito. ¿Y el pelo…?” Siente
un escalofrío al imaginarse a sí misma teñida de bombona de butano. Pasa
la mano por la corta melena de un honesto gris ratonil. La sonrisa en curva
descendente aumenta la melancolía del rostro
limpio de afeites. De reojo ve su reflejo en una puerta de cristal. Le
gustan los tonos apagados en la gama de los tierra y prendas holgadas que no la opriman. A veces sueña con la
invisibilidad. Sería maravilloso
desplazarse sin que nadie reparara en
ella. Se avergüenza un poco por haberse
detenido tanto tiempo en su contemplación. Antes de volver a la problemática de
la japonesa de la ópera, dedica un último
pensamiento a su amiga: “A pesar de todo la tengo mucho cariño . Es una
excelente persona.”
Estrella
taconeando con brio balancea sus redondeces fajadas en un traje verde pistacho.
Vuelve con la mente a Rosario: “Esta mujer cada vez la encuentro mas tristona.
No levanta cabeza desde la muerte de Alejandro. Y tan flaca… Debe tener una talla 36 pero se empeña en nadar en una 44.”
Suspira con un momentáneo aleteo de envidia. De natural optimista enseguida se
recupera: “Si yo quisiera con un poquito
de sacrificio usaría la misma. Después de todo
solo me separan cuatro números. Pero no me quiero arriesgar: a nuestra
edad se nos plantea un dilema: cara o culo. Yo desde luego lo tengo claro:
cara. Hay que ver la pobre Rosario que surcos tienen. Y mira que es buena
persona. Le tengo mucho cariño.” Se para ante un escaparate. La sonrisa de
satisfacción ilumina la faz de luna llena , tan tersa que ni el más aguerrido
surco rompería la uniformidad. El traje
tampoco tenía la oportunidad de hacer arrugas. Se adhería a su anatomía como una segunda
piel,sin obviar michelines ni el
estómago tan desconsiderado, desbordado
sobre el vientre. Este era el único detalle que la incomodaba un poco. Contrae
los músculos… Algo gana la silueta, pero a
los tres pasos desiste y abandona.
La contención le produce fatiga. Se consuela: “En la discoteca hay poca
luz.” Se vuelve al oir su nombre. Era Marcelo, con su chaqueta turquesa: “¿Dispuesta
a quemar la pista?” Lo encontraba algo bajito para su gusto, pero resultaba un
encanto. Estrella le sonrie coqueta atusandose
la cabellera rojo-naranja. Acepta el brazo que le ofrece y ambos
risueños y satisfechos se internan en el local donde ya suena el
primer pasodoble de la noche.
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