domingo, 24 de marzo de 2013

Juan Carlos Coronel "El pozo"


EL POZO

Sentado en un banco, de una de las calles más transitadas de la ciudad, una mujer, vestida con gabardina, que en origen debió
ser gris, jersey rojo, y mugrienta falda azul, luchaba a brazo partido con el abre fácil de una lata de atún, lo más llamativo de aquella
hembra, era un pañuelo de vistosos colores, que cubría sus revueltos cabellos grises. Junto a si un montón de viejos recortes de perio-
dico, hacían las veces de mantel, sobre ellos un par de botellas de tinto, a las que de cuando en cuando daba generosos sorbos. Un des-
portillado plato de cerámica , la servía para recjer las pocas monedas de los transeúntes que se acercaban.
En plena borrachera sentimental, aquella desgraciada, contaba la historia de su vida, hija de buena familia, se había educado en los
mejores colegios, su padre, Teniente de artillería, quería para la chica, la mejor formación, aquella que solo proporcionaban las monji-
tas clarisas, experta en bordados. repostería, organización del hogar, y sumisa siempre a lo que el marido dispusiese.
A los 21 años llegó a su vida, el ansiado “mirlo blanco “ un prometedor abogadito, atildado y pueril, el padre de la muchacha, encanta-
do con un pretendiente tan de su gusto, no vacilo en dar el oportuno permiso para el noviazgo. Pasos por el Retiro, visitas a las diferentes iglesias de la capital, y alguna que otra merienda, en San Ginés, constituían la rutina de la relación, acompañados siempre
por Dora, la doncella del Teniente, una carabina a medida.
En este punto, la borracha siempre hacía un alto, sus ojos inflamados de vino, se ponían vidriosos al recordar, la tarde más hermosa de
su vida, el abogadillo padecía un fuerte catarro, por lo cual, no podría acompañar a Lolita aquella tarde, la muchacha se armo de valor,
solicito el oportuno permiso paterno, para asistir a la fiesta de cumpleaños de Cuca Sotomayor, amiga del colegio. Nuestro Teniente cedió a los deseos de la niña, “ total cuatro mocosas contando trivialidades “ eximió a Dora de acompañarla.
Lolita, puntual llamo al timbre, Cuca salió al recibidor, dos besos tontitos entre las amigas, “ pasa veras que ambiente “  Lolita entro en el salón, sorprendida por la concurrencia, estuvo a punto de dar marcha atrás, un muchacho de pelo negro, ojos verdes, y manos sedosas, la retuvo, “ ¿ me concede el siguiente baile señorita ? La sorpresa y el deseo, se apoderaron a partes iguales de la chica, tomada
por la cintura, aquel joven le susurraba al oído tiernas palabras, un calor hasta ahora nunca sentido arrebolaba las mejillas de la chica.
hasta que unos labios de fuego, se posaron sobre los suyos, en un beso largo y profundo.
Los días postreros, la cabeza de Lola, fue un caos, de una parte aquel novio a medida del gusto de su padre, de otra José Luis, el chico de la fiesta, que con aduces tretas, eludía la vigilancia de Dora, para hacer llegar a la niña apasionadas cartas. Loa tomo su decisión,
metió en una pequeña maleta , algo de ropa, y se reunió con José Luis, tomaron un tren con destino a Sevilla, allí permanecieron du-
rante varios meses, hasta que Lola comunico a su novio su estado.
Sola, abandonada en una ciudad desconocida, Lola desempeño varios oficios, para salir adelante, su habilidad con el bastidor, la valió
de mucho en aquel amargo tiempo, bordaba el ajuar de una niña bien de la ciudad, su estado era ya evidente, la marquesa de Monflorite hablo con la muchacha. “ fuera, fuera de aquí pendón, a putear a la calle “.
Deambulo por las calles sevillanas, sin rumbo, durante horas, entro en una taberna trianera, pidió un vino, después otro, otro, el calor
de la bebida, y su desesperación hicieron el resto.
En la cabina de un viejo camión, regresaba a Madrid, era el precio que ella había puesto la noche anterior.
Amedrentada, pulso el timbre de la casa paterna, la puerta se abrió y una tremenda bofetada cayo sobre su rostro ! puta ! márchate
no vuelvas a poner los pies en mi casa ! zorra !
Lola dio a luz días después dejó al niño en el torno de las clarisas e inició su caída, hacia el pozo del alcor, una fría noche de enero, tratando de guarecerse de la nevada que caía sobre Madrid, se refugió en una vieja nave abandonada, , unos cartones la servían de mantas, encendió un pequeño fuego, prendieron los cobertores, en el bolsillo interior de la gabardina, se encontró un caducado documento de identidad.
Dolores Vázquez Alcázar, un pañuelo de vivos colores estaba junto al cadáver, su padre lo reconoció en el anatómico

FIN.


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