ENTREVISTA DE TRABAJO
María D. de León
Madrid, marzo 2013
La luz del ventanal recorta su silueta; a mi me
deslumbra. Me azora la mirada del hombre que siento sobre mi. Como un ciego, al tresbolillo, le recorro el
contorno de la cabeza, intentando atinar con sus ojos.
Pulsa un timbre: “Pellicer, el candidato puede pasar a la
fase práctica”. Deduzco
que la entrevista ha llegado a
término.
Un individuo de
gris se materializa a mi lado. Con un
gesto indica que le siga. Impresionado
por la aparición, no reacciono a tiempo
para despedirme del entrevistador. ¿Afectará este fallo a la valoración final?
Abotono el blazer y mano en el bolsillo, pulgar
fuera, impecable, voy tras él.
Hugo Boss avala mi aplomo.
Enfilamos un pasillo en penumbra. Bombillas
polvorientas, como pequeños ahorcados penden del techo guiñoteando a punto de exhalar el último vatio. Las paredes exudan humedad; huele a
mingitorio. Torcemos a la derecha y a
la derecha de nuevo. Nos detenemos frente a una puerta:
“1 - Sexadores de pollos”
-- Tiene diez minutos
para clasificar, mínimo, veinte
ejemplares.
Oleadas de gremlims limoneros palpitan cubriéndolo
todo. ¡Que agobio! El pio-pio
ambiental me aliena. Plumas impalpables doran el aire. Estornudo, toso: me
ahogo. ¿Será alergia? Con esfuerzo espulso una especie de pelotita de badminton
coronada de plumón amarillo. Improviso
una mascarilla atando el pañuelo tras
las orejas. Estoy perdiendo el tiempo. ¡A ver, espabila!
A la mente me viene un programa o anuncio de la tele. El sexador, sin mirar,
introducía un dedo por el culo del animalejo.
De inmediato deducía uno tras otro, a toda velocidad el sexo y los echaba en sendas cajas.
Debe ser muy obvia la diferencia entre pollo y polla.
Este pollito paliducho va a ser el primer rescatado de la inconcreción
sexual. El dedo morcillón no entra. Insisto.
Empujo. Empujo más... Ya cede: la uña asoma por el
pico. Al retirar la herramienta de
palpación arrastro tripas y vísceras del extinto. Horrorizado, de una patada, hago desaparecer el cuerpecillo del delito
bajo el banco de trabajo.
El tiempo pasa. Corro a
probar con otro y con otro y con
otro: mismo resultado. Las piernas me flaquean y el sudor se funde con las lágrimas.
Me veo como un asesino culpable de
violación infantil. Sin mas resultados que muertitos a mis pies, solo dispongo de 59 segundos. Con
tantos bichos no creo que echen en falta
unos pocos.¿O llevarán un chip? A voleo
pongo siete individuos en un cajón y trece en otro. Justo a tiempo.
El hombre gris observa la selección. Con una ceja
escéptica me tiende un kleenex húmedo y
sentencia: “A voleo ¿verdad? Más cinco
cadáveres.” Me siento como un conejo en un cepo. Abochornado bajo la cabeza y callo. Con la toallita froto las manchas de la corbata de seda
natural: las salpicaduras
empalidecen. ¿Podrán en la tintorería rescatar el Hugo
Boss?
“¿Quiere usted
pasar a la siguiente?” Asiento con la cabeza.
El rótulo indica: 2 -- Mamporreros
“Se le dará la prueba por válida si llena una de las
probetas. Dispone de treinta minutos.”
Dada la experiencia anterior, me quito la corbata, la
chaqueta y me remango; sólo me faltaba perder los gemelos…
Los recipientes parecen
de medio litro. Un buey de aspecto torvo y un burro cabezón me vigilan de reojo.. Les sonrío para infundirme confianza. Hay que moverse
despacio: los animales podrían espantarse.
Con la tranquilidad del
donante avezado, estos dos sopesan mi actitud.
El burro parece más asequible. Le palmeo las ancas,
arrastro la caricia hacia la panza. La verga está casi a mi
alcance… ¡Ay! Con un hábil quiebro me ha coceado. Un rebuzno a destiempo
previene de sus intenciones. ¡El muy cabrón..! Persevero colocándome de lado, fuera del alcance de la coz. ¡Ay!,
me ha mordido, el muy… Pero he logrado asirle el aparato. Un mínimo de presión hace manar en
abundancia un líquido cálido. Lleno el tubo.. Por lo visto, ya domino la
técnica.
Resuelto, me dirijo hacia el buey “voyeur”. No nos ha
quitado ojo al asno y a mi. Yo diría que se le ha alargado el miembro.
Mejor, más fácil de atrapar. Un chorro de metano a presión, tibio, me golpea
el pecho. La sorpresa del
impacto frena el acercamiento. No quiero venirme abajo, la prueba está
prácticamente superada. Lo del bovino es
para consolidar. Una idea inesperada y
amenazadora me asalta: este trabajo no
está hecho a mi medida; le doy
esquinazo.
La pestilencia ha roto el ambiente de cordialidad.
¡Acabemos! Resuelto, le agarro el órgano. Un líquido, similar al del borrico, brota con generosidad. Este también lo …. ¡Qué
haces…! Los zapatos italianos de las grandes ocasiones desaparecen bajo una
masa espesa marrón,que apesta… Sujeto con fuerza el recipiente con el precioso
fluido. De milagro no se ha derramado. ¿Cuanto puntuará esta prueba?.
Puntual, el controlador asoma. Al ver mi penoso estado saca, sin disimulo, un
pañuelo y se tapa boca y nariz. Firme el
ademán, le muestro con orgullo el fruto de mis padecimientos: dos probetas
llenitas de un precioso líquido transparente, color ámbar, listo para
inseminar.
Más
circunflejo que antes vocaliza despacio: “Orines”.
He llegado al límite; no puedo más. Derrumbado contra la pared, la cabeza entre los brazos rompo en sollozos.
Pellicer, que después de todo no parece mala persona,
pretende consolarme a distancia. Sus palabras me llegan distorsionadas por el
pañuelo: ”Pamo, pamo, no llore. Ahoda se
pa a casa, se tá una puena tucha y mañana si quiede continuamo la pruepa. Uté no
tiene ni itea tel trapajo, pedo lo compensa con
mucho etómago y voluntá. Nosotro
palodamo el esfuedzo te superación pedsonal. Mañana potría pasá la pruepa destante.
Quizá en alguna se encuentre más cómoto:
Analista te pentositate tel ganato; Inspectó te estiédcole; Inspectó te
Alcantadilla…”
-- ¡Nooo, nooo, noooo. Antes muerto.!
-- Buenos días hijo ¿Tuviste anoche una pesadilla? Me
pareció oírte gritar. Anda, date prisa, no vayas a llegar tarde a tu
entrevista. ¿Sabes qué puestos ofrecen? Te he planchado el traje oscuro. Los zapatos esos que tanto
te gustan, brillan como espejos. La corbata
de la boda de tu hermana va muy bien con esa camisa de gemelos.
Salgo de casa con el pie izquierdo. El estómago se contrae agorerro. La mano,
triste, acaricia la corbata de elefantitos obsoletos.: la chaqueta de Hugo Boos ya no me cruza. Las puntas respingonas de los zapatos les imprimen un aire aflamencado. El disfraz
ha perdido su magia.
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