Bocetos
La
impedimenta de una dibujante es ligera. Un block de pastas duras con hojas del
papel adecuado, varios lápices, un difumino y un sacapuntas se llevan con
comodidad en un bolso ancho colgado en bandolera.
Las
horas intermedias de la mañana madrileña son ideales, porque la claridad
envuelve los volúmenes sin que los contrastes lumínicos sean excesivos.
Mis
ojos la habían percibido hacía un rato, pero tardé unos momentos en ser
consciente de la mujer que unos metros delante de mi arrastraba un cajón de
madera. Llevaba un gran bolso colgado del hombro izquierdo, pero lo que me
llamó la atención fue la cadencia, casi de rumba, de su paso, que proyectaba
ligeramente hacia fuera cada una de sus caderas. Me sorprendí pensando cómo
podía hacerlo mientras tiraba del cajón.
Se
detuvo al llegar a una bocacalle de la Gran Vía.
Desde
la acera de enfrente de la misma calle, estuve observando y dibujando.
Situó ,
lo que sin duda iba a ser su asiento, es decir el cajón, muy cerca de la
esquina.
Se
había liberado del bolsazo . Los hombros y las caderas eran lo más parecido a
dos perchas de las que colgasen unos trapos livianos, de esas perchas de
alambre xobre las que cualquier prenda sólo cuelga.
La
falda era de tonalidades color ala de mosca y en ciertos sitios como si en
algún momento de su larga vida hubiese sido marrón. Por debajo de la falda
aparecían unas piernas excesivamente pálidas y delgadas que terminaban en unas
botas de caña corta. El color de las botas era indefinible, como si se hubiesen
teñido varias veces y luego se hubiesen frotado con piedras, lija o cualquier
material abrasivo.
En la
parte de arriba llevaba una blusa corta de azul desteñido que no podía pasar de
las caderas. De unas mangas hasta el codo salían unos brazos blanquísimos y escuálidos que , sin embargo
se movían con agilidad y precisión.
Me
fascinó la posibilidad de llegar a
captar en un dibujo las contorsiones de búsqueda a través de los varios y
profundos bolsillos de sus vestiduras.
A
partir de ese momento tuve que imprimir velocidad a mis trazos.
El
movimiento lento del peine, el lateral de unas gafas que presumí negras, un
ligero abultamiento en donde deberían estar las nalgas.
Entonces
se volvió completamente en busca del calor del sol, que le dio de frente.
La
sesión de peluquería continuó a ritmo lento.
Las
gafas estaban allí, tapando unos ojos que imaginé cerrados, el torso y la
cabeza inclinados hacia atrás, la barbilla puntiaguda fuertemente iluminada
acentuaba la hendidura flácida de la boca bajo una prominencia nasal de factura
respingona, que en esos momentos, mostraban
en todo su esplendor los agujeros de la nariz.
El par
de perchas que me había enseñado de espaldas eran las mismas de frente.
A la
vez que intentaba captar la vitalidad de aquel esperpento , me preguntaba si
debajo de la ropa sería todo huesos.
Guardó
el peine tras sacudirlo de restos de cabellos. Se agachó sobre el bolso que
desparramado en el suelo parecía aún más grande y sacó un platillo
esportillado.
Esto me
dio la oportunidad d dibujar el contraste fantástico entre la blancura de parte
de los muslos con la oscuridad profunda de la parte delantera de la falda que se plegaba sobre la acera.
Todavía
estaba dibujando de memoria cuando sentí que me llamaba.
-
Sschiiss, tu. ¿Es que no piensas pagar a la modelo?.
Y , de nuevo, tuve que dibujar a toda
velocidad.
Sentada sobre el cajón, las piernas abiertas,
la falda un poco arremangada. Brazo izquierdo en jarras mientras con dos dedos
como dos palos se levantó las gafas sobre la frente.
La mirada con que me fulminó tuve que
dibujarla en otro sitio.
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