lunes, 19 de noviembre de 2012

Nelly C. Piña "Conducidos por un ciego"

 CONDUCIDOS POR UN CIEGO
                                                                                              Nelly C. Piña
Decidimos pasar nuestras vacaciones en Mendoza que, además de haber sido la tierra donde nació mi padre, es una hermosa provincia sembrada de vides donde se producen, según dicen los mejores vinos del país. La capìtal de la provincia que lleva el mismo nombre, ubicada a 1.400 kilómetros de Buenos Aires, es una ciudad particularmente limpia. Desde allí podíamos acceder a la Cordillera de los Andes y ascender hasta llegar al Cristo Reden tor, emplazado  en el mismo límite con Chile a 4.200 metros de altura.
Después de algunos paseos por la ciudad y sus alrededores, realizamos la más inquietantge de lass  excursiones, como es la subida al Cristo, para lo cual hay que recorrer 210 kilómetros, en cinco horas.
Como el viaje es muy largo, nos citaron en el punto de partida a las 5 de la mañana. Abordamos   un micro pequeño con capacidad para 25 personas. Todos los pasajeros eran adultos. Cuando nos indicaron que ascendiéramos al coche, también lo hicieron los dos choferes, uniformados con pantalones aazules marino y  camisas celestes. Iniciamos el viaje y paulatinamente ascendíamos, casi sin darnos cuenta porque una densa neblina no nnos permitía ver el paisaje. Cuando fue clareando pudimos apreciar la majestuosidad de esas montañas.
Al iniciar el viaje, los pasajeros van callados y si hablan lo hacen en voz baja para no molestar a algunos nque completan su sueño después del madrugón a que obliga este paseo. Un intenson olor a ajo invade el ambiente del micro. Son los hipertensos a quienes se les rec omienda masticar ajo para que la altura no afecte su presión.
Llegamos a Uspallata, donde está instalada una base militar y una confortable confitería en la que tomamos un rico y completo desayuno. Al partir, observamos que un nuevo chofer se sumaba a los dos que venían viajando. También estaba  uniforfmado y se sentó junto a los demás choferes en el asiento que tienen reservado para ellos.
En un principio nos llamó la atención porque siempre son dos los choferes, pero atraídos por el paisaje no dimos al asunto mas importancia. Cuando ya habíamos avanzado casi  hasta la mitad del camino, observamos que el último de los choferes que subió al coche se hizo cargo de la conducción del vehículo, aalternando su turno con los otros dos. 
Si bien, la ruta es muy buena hay trechos muy angostos y sinuosos  y en algunos lugares es preciso hacer maniobras que dejan la culata del coche sobre el vacío, que por más que uno sabe que los conductores son muy hábiles no deja de causar cierta impresión.
A medida que avanzábamos la niebla se hacía más intensa y no podíamos explicarnos como el conductor no se detenía a esperar que la neblina se disipara. Tratamos de superar este pequeño susto admitiendo que esto sería así todos los días, pero nunca pasaba nada porque no había noticias de accidentes.
Cuando llegamos a la cumbre, pudimos dilucidar el asunto. Nos explicaron que conducen el micro orientados siempre hacia el muro, por lo que se puede chocar con él, en el peor de los casos, pero nunca caer al vacío. Cuando tratamos de averiguar si había cambiado la costumbre y ahora eran tres los choferes que alternaban, nos respondieron con evasivas que no aclararon nada.
Una tarde en un bar nos enconramos con uno de los choferes de la excursión al Cristo y aprovechamso la oportunidad para reiterar la pregunta que había queedado sin respuesta. En esa ocasión, y seguro el chofer de que su confesión no lo perjudicaría, nos explicó que el tercer chofer, por causa de la diabetes quedó ciego y tuvo que abandonar su trabajo.
Le había pedido a sus compañeros que le permitieran participar del que sería su último viaje. Sus amigos no podían dejar de complacerlo porque sabían que conocía palmo a palmo cada curva del camino que había recorrido durante veinte años, dos veces por semana. Acoredaron que después de la mitad del viaje, cuando ya no hay peligro que se encuentren con algún inspector lo iban a dejar conducir un rato, bajo la supervisiónh de ellos. 
Aquel día, todos habíamos regresado felizmente sin ningún contratiempo, satisfechos con tan magnñifica excursión, ignorando que buena parte del camino habíamos sido condu cidos por un ciego. 
                                                                                              Madrid, 22/11/12

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