sábado, 10 de noviembre de 2012

Textos antiguos: Carmen Andrés "La chica del acueducto"


                      L A   C H I C A   D E L   A C U E D U C T O

Y frente a mí, una cabina pública iluminada apenas por la luz mortecina de una farola. Eran solo las 12 de la noche del viernes y tenía pensado quedarme un par de horas más en el bar. De pronto ví salir del local a la chica. Caminaba lentamente, con su rostro triste apenas velado por una larga melena negra. No pude resistrme al impulso de seguirla. Dejé sobre la barra el precio de la consumición y salí tras ella.
El contraste del frío nocturno con el calor del local me hizo estremecer, y automáticamente cerré hasta el cuello la cremallera de mi cazadora. Miré alrededor y no muy lejos de la cabina, en dirección al puente, divisé la silueta difusa de la joven. Seguía caminando con lentitud, como si no sintiera el relente de la noche. Parecía una mujer ausente, quizá desesperada. ¿Será el destino –o Dios mismo-, quien me ha puesto en su ruta para que la ayude, o incluso para que la salve del suicidio?, pensé mientras seguía sus pasos. Con alguna emoción, aunque aparentaba tranquilidad, abordé a la desconocida:
“Buenas noches señorita, parece que llevamos el mismo camino. ¿Le importa que vayamos juntos?”
“No, no me importa” respondió y siguió caminando callada.
“Perdone que la moleste. ¿Es Vd. de por aquí? Parece un poco triste…”
 “Si soy de por aquí. Y sí estoy un poco triste. Pero si Vd. lo que quiere es ligar, no se esfuerce, porque hoy no es su día…”Y volvió a guardar silencio.
“No se equivoque conmigo joven; yo solo quiero ayudarla…”
“Pues tampoco se equivoque Vd. conmigo señor; Yo no le he pedido ayuda. Su compañía, pase; puede evitar que me moleste algún gamberro, aunque por aquí hay pocos,   pero nada más.”
Me quedé desconcertado ante la reacción de la muchacha. Era bastante probable que si paseaba sola por aquel elevado acueducto, a esas horas de la noche, no tuviera buenas intenciones, pero ¿cómo salvarla si rechazaba mi ayuda? Se me ocurrió elevar una plegaria al cielo: “Dios mío, haz que esta joven me abra su corazón libremente”. A los pocos minutos la oí decir:
  “Mire, o mejor dicho, mira, porque todavía no eres muy viejo. Para que te calles, te diré algo: aunque soy de este pueblo, en los últimos años no he venido mucho por aquí, pues he estado estudiando en Barcelona. Ahora me han dado una beca para hacer el postgrado en Londres  y puede que esté mucho tiempo sin volver a estos lugares, por eso estoy un poco triste, al despedirme de todo lo que representó  mi infancia…Vale? Adiós hombre, ya hemos llegado a mi casa. Gracias por tu compañía. Y si quieres un consejo: no te metas donde no te llaman.
La reflexión de la chica me ha dejado sin habla. Resulta que yo, cura veterano, aunque siempre  respetuoso y de ideas avanzadas, no soy digno de ayudar a una estudiante creída y melancólica…
FIN

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