viernes, 9 de noviembre de 2012

Textos antiguos: Pío Álvarez "Los sueños sueños son"

LOS SUEÑOS SUEÑOS SON
Hace muchos años cuando yo era muy joven y vivía en una aldea perdida en un valle angosto donde la única conexión con el mundo exterior era un periódico que el cartero rural llevaba regularmente, sufrí una crisis de conciencia. En la vieja escuela aldeana había sido imbuido de las doctrinas religiosas que también desde los púlpitos remachaban los sacerdotes católicos.
Se  me había hecho creer que existía un Dios implacable, de un Infierno, e incluso de un Limbo donde vagarían eternamente los recién nacidos que pasaban a mejor vida sin tiempo a ser redimidos por el agua bautismal.
Con la adolescencia comencé a ser preso de la duda y los pecados solitarios se los ocultaba al cura a la hora de confesarme. Eran los tiempos de una posguerra en la que el Nacionalcatolicismo y la censura iban de la mano, pero conocí a un viejo sacerdote suspendido “A divinis”, que en un primer momento aumentó mis inquietudes, pero que más tarde habría de ser quien desterrara de mi espíritu mis miedos a una divinidad iracunda, a los horrores del Averno, a las prédicas de los clérigos mensajeros de todos los miedos. El viejo sacerdote expulsado del cuerpo de la Iglesia, me hizo ver la irracionalidad de un Dios carente de benevolencia y me introdujo en el apasionante credo del Lamaismo, secta del budismo  extendida en la altiplanicie de El Tíbet. Me  narraba aspecto de dicha secta que con frecuencia escapaba a mi capacidad de mi comprensión, me dejaba claro que el no creía en sus divinidades ni en la reencarnación; estaba fascinado por el concepto del Nirvana y por la filosofía de la vida que animaba a los monjes que se agrupaban en las laserías. Creo, que un tanto inconcientemente, aceptaba la existencia de una vida especie de paraíso terrenal al alcance de los monjes lamaístas, donde el hombre alcanzaría edades rayanas a la inmortalidad.
Con las enseñanzas del exsacerdote y mis lecturas de algún libro que esquivaba la censura, mi concepto de la vida y de la muerteestaba ya avferrado a mi personalidad y  también en mi mente bullían los ribetes fantasiosos de mis nuevos saberes.
Llegaba así a mis 18 años, cuando en un gélido día de enero, con otros tres compañeros, arrastré la furia tan fuerte como inesperada de una tremenda nevada,cuando retornábamos a nuestra olvidada aldea y  con la nieve por la cintura y nublada por la torva, bregábamos por un camino en medio de una soledad únicamente turbada por el rumor de las aguas del río que corrí a paralelo al camino y por la ventisca que arremolinaba  la nieve. De pronto, en una de las laderas del valle, sonó lúgubre el aullido del lobo y ahogando todo otro ruido, nos  sorprendió el rugido de los motores de un aeroplano que desafiando las cumbres, parecía volar muy bajo. La torva nos impedía contemplar a la aeronave, pero  temimos que terminaría estrellándose en las cumbres nevadas. No ocurrió lo que sospechábamos  y supimos que, con la noche aproximándose, abría tomado tierra en el aeródromo próximo.
Nosotros arribhamos, bien entrada la noche, exxtenuados y yo, despojado de mis ropas mojadas, me dejé caer en el lecho.
No sé si como consecuencia de la fatiga y del miedo que nos había atenazado, caí en un profundo sueño y soñé, soñé mucho. Me veía con mis compañeros tripulando un avión que, en medio de la ventisca de nieve, efectuaba un aterrizaje forzoso en un altiplano del Himalaya. Soñé que unos desconocidos, con rasgos orientales, acudían en nuestra ayuda y nos conducían a un recóndito valle, sin nieve y con todo el esplendor de la primavera. Nos llevaban y alojaban en un hermoso monasterio. Soñé que allí me encontrab a con una hermosa mujer  que se me antojaba era mi primer amor que desde mi aldea me había precedido en la llegada a aquel valle donde no parecía que habitaran ancianos. Me creí transportado a aquel paraíso terrenal del que me hablaba elanciano sacerdote expulsado de su iglesia. Soñé que uno de los monjes del monasterio me decía que habíamos  llegado a un lugar mítico, don de reinaba la felicidad y  su nombre era Shangri-La. Un paraíso donde parecía que para ser felices no se necesitaban
grandes avances tecnológicos, sólo bastaba con el gobierno de los más sabios y la eterna primavera del valle.
A pesar de todo, soñé que un día sentí nostalgia del mundo en el que la infelicidad se llamaba Civilización.
Precedido por un guía, inicié, con mi amada Marucha, el retorno. Tras largo viaje llegamos a la gran ciudad, en la que pronto advertí que a mi amada le blanqueaba su linda cabellera negra; que su rostro se ajaba con prematuras arrugas y que el camino al a vejez se aceleraba y
al poco tiempo mi amada fallecía, porfque su edad real superab a los cien años. Sólo –Shangri-La había obrado el milagro de lo que parecía una eterna juventud. En este punto, como agria pesadilla, desperté y comprobé que seguía en mi aldea, que todo había sido un sueño provocado por un avión que planeaba rozando las cumbres y porf los sueños de mi viejo amigo, el sacerdote repudiado.
La felicidad, la eterna juventud, sólo se encontrarían en el valle mágico del Tíbet, pero ¿no tendría algo de Shangri-La mi querida y olvidada aldea?.
FIN
Pio Luis Alvarez Martínez
Alcalá de Henares 29 de abril de 2011
Relato para el concurso del Taller de Literatura de la O.N.C.E., en la central de Madrid. El relato teíia que inspirarse en la novela “Horizontes perdidos” de James Hilton. 
Primer Premio "Hoja de Oro" del certamen literario "Hoja Literaria"

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