UN NIÑO PRECOZ
Nelly C. Piña
-A esa escuela no voy más –dijo Marcos.
-¿Por qué? ¿Qué pasó? –dijo la madre.
-Porque la maestra no sabe escribir –contestó Marcos.
-¡Cómo no va saber escribir! –replicó la madre.
- No sabe. Sólo me hizo llenar unos renglones con palotes y no escribió ni una letra.
Esta impresión negativa fue la que produjo en mi hermano su primer día de clase, en los tiempos en que, antes de aprender a escribir, los niños aprendían a manejar el lápiz.
Mis padres no salían de su asombro y buen trabajo les costó convencerlo de que eso era los primeros días y que luego empezarían con la escritura.
Don Marcos, mi padre, consideraba que un niño a los cuatro años ya estaba en condiciones de aprender a leer y escribir, por eso cuando sus hijos cumplían esa edad, se abocaba a la enseñanza de la lectoescritura. El producto de su esfuerzo se plasmó en los resultados obtenidos, es decir que, cuando ingresábamos a la escuela primaria ya contábamos con esos con ocimientos elementales.
Marcos, el mayor de mis hermanos, que fue el primero en ingresar a la escuela, cuando cumplió los seis años, según lo establecía la ley vigente, lo hizo con todo el entusiasmo y las expectativas que generaba tal acontecimiento,no solo en él, sino tamién en mi padre que tanto se había esmerado para facilitarle la tarea que implica el aprendizaje de las primeras letras.
Todos en la casa esperábamos su regreso ansiosamente para saber como había sido su debut. Pero nadie esperó que regresara tan disgustado y diciendo que no volvería más a la escuela.
Por supuesto, a regañadientes continuó su asistencia a clase esperando que llegara el momento de aplicar los conocimientos que le había transmitido mi padre. Pero, cuando llegó este momento otra frustración segó su entusiasmo. Con indignación manifestó su disgusto. Entonces contó que la maestra le había tomado la mano para hacer las letras como si él no supiera escribir .
FIN
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